La esquina
José Aguilar
Tragedia grande, política pequeña
En tránsito
Para los que amamos las ciudades, pasear por el centro urbano se ha convertido en un suplicio. El espectáculo es desolador: barberías cerradas, tiendas de modas con el escaparate vacío, bares con el cierre permanentemente echado, carteles de "Se aquila" o "Se Traspasa", un hueco oscuro en el local donde antes íbamos a comprar una calculadora o un destornillador… Cualquiera que haya paseado por el centro de su ciudad se habrá dado cuenta del desastre. Detrás de esos cierres, detrás de esos locales con la persiana echada, hay miles -cientos de miles- de familias que se han quedado sin un sueldo (y lo que es peor, que de pronto han empezado a sentirse ciudadanos inútiles, restos de serie, simples detritus de sistema). Y ahí, en esos centros históricos repletos de locales vacíos, está fermentando una situación explosiva -por la rabia, el desánimo, el miedo, la desesperación- que nadie sabe ni cómo ni cuándo puede estallar. Pero no hace falta ser muy listo para saber que esa rabia y esa desesperación van a explotar. Es cuestión de tiempo.
Y lo más inquietante de todo es que esta situación no parece existir para nuestros responsables políticos, sean del partido que sean. Los oímos discursear -cargados de retórica y de pésima oratoria-, los oímos en las entrevistas, los oímos en las ruedas de prensa, y nada nos indica que sean conscientes de la situación desesperada de esas miles y miles de familias. Y si por casualidad alguien les recuerda lo que está ocurriendo, todos los políticos corren a acusar a sus rivales con el dedito levantado, escurriendo el bulto y haciendo como que ellos no tienen nada que ver en lo que ocurre. Es asombroso, es vergonzoso, es patético -y sobre todo es insultante para quienes los mantenemos con nuestros impuestos-, pero eso es lo que está pasando.
De todos los países europeos, el nuestro es el que se ha enfrentado a la pandemia de la forma más engañosa, torpe e irreflexiva (y aquí entran todos los partidos, todos, porque no se salva ni uno). Nadie ha hecho planes, nadie ha intentado evaluar los hechos, nadie ha hecho nada más que propaganda y agit-prop y juegos de manos. No son momentos para caer en el catastrofismo apocalíptico, pero tenemos una clase política vergonzosa. Y cuando esto estalle -porque estallará-, todos podemos irnos preparando para lo peor. Porque será lo peor.
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