Cambio de sentido

'Donnadies'

"¡Usted no sabe con quién está hablando!", suele gritar el excelentísimo señor Mindundi

Se han fijado? Cada vez van quedando menos donnadies; gentes a su aire, renuentes a la etiqueta, recortadores de nombradía, muy famosos, sí, pero en su casa a la hora de comer. "Lo escandaloso hoy es ser anónimo, lo revolucionario ser privado", escribe Ángel Guinda.

Ese mandato, paleto y machacón, de "hacerse un nombre" -como si acaso no tuviéramos varios: el de pila, el apodo y el íntimo con el que nos aman- y de "ser alguien en la vida" se adquiría hasta hace poco o bien por la alcurnia, esto es, por jactarse una de que le huela a rancio el abolengo; o bien por el self-made man o woman, es decir, por hacerse uno a sí mismo alguien de provecho. Actualmente, ser conocido es algo infinitamente más fácil, profesionalizado y chufla. Hay quienes confunden al coach con Sócrates y a la youtuber más vacila con Jantipa. Más allá del famoseo, de platós colmados de infelices vocingleras y farloperos de fauces desquiciadas, a demasiada gente les va la vida en ser prescriptora, seguido, reconocida, autorretratado, etiquetada: en Fulano de Tal y María Mengana. Leo en El País que "en Latinoamérica muchos youtubers españoles ya son auténticos ídolos de masas, como demuestran las giras que hacen allá con unas cifras de asistentes espectaculares". Ser alguien es ya un valor en sí más que un efecto sobrevenido de ejercer con gracia un arte o profesión. Bajo este afán de nombre, de este cáncer del orgullo, brota cierta sensación de poder. "¡Usted no sabe con quién está hablando!", suele gritar el excelentísimo señor Mindundi.

El empeño por ser, sin porqué ni pa qué, únicos y notorios nos iguala la postura, nos empasta y adocena, nos resta carácter, multiplica la chuminada, controla nuestros pasos, mengua cualquier contrapoder. El verdadero ser peculiar -aún tenemos la dicha de convivir en nuestras ciudades y pueblos con gentes realmente irrepetibles- lo es olvidado de sí; a la auténtica eminencia, la genuflexión -que no la reverencia- mucho le ofende. Decía María Zambrano: "A medida que la presencia y la exigencia del individuo crece, la manifestación de su nombre propio se va reduciendo". Reivindico la alegría de esquivar las etiquetas y responder, si me preguntan que por dónde se han ido ustedes, señalando a manotazos direcciones contrapuestas: "Por ahí". Cuando Polifemo preguntó a Ulises cuál era su nombre, éste respondió: "Nadie". Haciéndose nadie, el héroe asaeta el ojo del cíclope y sale con vida. Anda que no es nadie, el tal Homero…

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