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Hoy hubiera sido un día para comentar aquí un tema de actualidad. El apagón que nos amenaza como el siguiente azote de la humanidad tras la pandemia. La escasez de materias primas derivada de la exuberancia de China, que acapara microchips, semiconductores, níquel, gas, cemento, plástico, de todo... para confeccionar o ensamblar y vendernos un producto de vuelta; por ejemplo, un juguete o una play, cuya escasez va a provocar gritos y susurros en Navidad y Reyes. El misterioso caso de los precios de la luz y su fluctuar diario, el nuevo opio del pueblo. El turista -no hay billetes- que va a hacerse fotos a La Palma a riesgo de morir asfixiado o engullido por un terremoto y ajeno al respeto a los dañados: un espécimen viajero -es un decir- digno del enésimo ensayo sobre el postureo y el totalitarismo del móvil a tiro de vuelo barato. En fin, cabría hoy escribir y leer acerca de ese impuesto silencioso llamado inflación, un indicador económico que corroe el nivel de vida de la mayoría de las personas. De lo que no me había planteado escribir era sobre el Día de los difuntos. No soy el tipo de persona afecta a los días señalados: cuando falta un gran amor, su ausencia es cotidiana.
Pero ayer, al salir de mi Cheers de tomar alguna cosilla sobre las cuatro de la tarde, tras ojear en el mostrador los periódicos acumulados en el buzón a lo largo del puente me topé con las tres hermanas de un amigo que murió hace dos años. No sé calcular años y datar en general, y menos con este tipo de fechas, y esa torpeza nada tiene que ver con el cariño y la añoranza: quizá todo lo contrario. Hablamos de Eduardo, con puro afecto, también entre risas. Recordamos anécdotas y cosas suyas, comentamos cómo se le echa de menos, lo primero por sus peculiaridades, que por qué no decirlo, los castañuelas llaman "rarezas": quien esto suscribe carga con un apreciable fardo de ellas (y no todas las querría eliminar a estas alturas del curso). Mencionamos como a borbotones frases y episodios. Cómo Eduardo fue un amigo tardío para mí, gracias a Gonzalo; las amistades tardías, si lo son de verdad, pueden ser más libres e igualmente sinceras que las de la juventud. Según recordé a María, Ana y Paz, su hermano nunca vendía sus palabras, nunca presumía de su vasta cultura, y nunca entraba en cansinas diatribas de contertulios cuyas cabezas estuvieran ya tocadas por los vidrios: cómo añoro aquellas tertulias. Me sucedió ayer, debía escribir. Hoy es el Día de los difuntos. ¿Casualidad? Vale.
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