Alto y claro
José Antonio Carrizosa
Privilegios
Gafas de cerca
La voz “estraperlo” proviene de Strauss y Perlowitz (Stra-Perlo), dos empresarios de hace un siglo, gente con dinero grande que está bien enchufada a la noria de gobernantes pasajeros a lo largo y ancho del mundo. Aunque la palabra se aplica a cualquier contrabandeo compinchado con el poder político que se pone de perfil y alarga la mano, el estraperlo lo practicaba alguien que sustituía al Estado, que, en vez de ingresar impuestos por, por ejemplo, el juego, desviaba esas rentas hacia manos privadas, que ya sabrían recompensar al dador público las concesiones. La palabra estraperlo acabó siendo sinónimo de mercado negro.
En el caso de Strauss y Perlowitz, la concesión no era una autopista, un hospital o un colegio, funciones públicas con capacidad de dar negocio privado al tiempo que se sustituye a un Estado que se siente incapaz operativa o presupuestariamente. Mediante este acuerdo, “las cosas se hacen”, las arcas públicas se liberan de inversiones y gastos corrientes, y sueltan “el cheque”, al estilo del concierto vasco, que tanta prosperidad ha dado y da a Euskal Herria. Se paga así al cole, la clínica, el mantenedor-explotador de la autopista... o, en el caso del Casino de San Sebastián, a dos empresarios foráneos que allí colocaron sus máquinas de ruleta, dicen que trucadas cuando era menester, y cuya marca era, cómo no, Straperlo. Los juegos de azar estaban prohibidos en la II República. Pero alguien debió considerar un bien público al juego. O al menos un bien para el propio bolsillo. No pocos políticos presionaron para legalizar las Straperlo: hacían lobby. En concreto Alejandro Lerroux, líder del Partido Radical, formación que decía ser de alma liberal clásica. Lerroux llevaba el 25% de las ganancias. Es muy patrio que el liberal español lo sea sobre todo para la propia libertad. Todo un clásico. Clásico extractivo. Nada que ver con la escuela escocesa; Adam Smith y esos estaban en babia.
Leyendo sobre estraperlistas, recordé un listado de los innumerables altos políticos españoles de la Democracia que forman parte de consejos de administración de grandes empresas, con las que durante sus mandatos tuvieron las continuas e íntimas relaciones en razón de su cargo. Cuánto hay –en esos sillones corporativos– de favores pasados y de gestiones futuras, sólo ellos lo saben. Se llaman puertas giratorias. Como las del Casino de San Sebastián, antes y después de las cuales estaban las alfombras rojas. Esta columna estaba pensada para las puertas giratorias. Pero se le cruzó de pronto el estraperlo.
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