CATAVINO DE PAPEL

Manuel Ríos Ruiz

Exaltación en primavera del amor carnal

25 de mayo 2009 - 01:00

HAY una máxima que dice: "No vivimos más que en el tiempo que amamos". La recordamos ahora, en primavera. Se cree, y tal vez sea verdad, que la primavera es la estación del amor. Sí, parece que en primavera la sangre se enciende rápida para la sensación del amor carnal, para su maravilla sensitiva. Y amar, según Pablo Neruda, "es un combate de relámpagos y dos cuerpos por una misma miel derrotados". Otro gran poeta, José Luis Hidalgo, escribió: "cuando dos cuerpos se unen para amar se quema más despacio la soledad de la tierra". Efectivamente, la unión física supone el máximo clamor humano que podemos crear para compartir la existencia, es como el ayuntamiento mágico de lo más vital de dos seres.

Es primavera y el amor hay que vivirlo intensamente, sumergirse con verdadero idealismo en su sajadura nutricia de sentires, dado que es la única pasión sin pasado ni futuro, porque según el filósofo tiene "únicamente presente, en el sentido más específico de tiempo y espacio". Y al socaire de esta convicción, ya escribimos en cierta ocasión lo siguiente: cuando se vive el instante dichoso, álgido y placentero del amor carnal, su culminación compartida, la naturaleza deja de ser un enigma, al dársenos la plenitud conjurada de los sentidos corporales.

Y al pensar así en esta primavera, como en tantas otras, acudimos para reafirmarnos a las palabras de Goethe que tenemos archivadas: "Dos corazones amantes son como dos relojes imantados: la fuerza que hace andar el uno, pone también en movimiento al otro, porque sobre los dos actúa la misma energía, porque en los dos penetra la misma potencia". Es lógico que así sea, porque amar es una sensación que sobrepasamos, que se sustenta en la sensibilidad ingénita más profunda que la humanidad posee por encima de toda razón y cultura,

Cabe repetir la frase con la que iniciamos en primavera esta glosa del amor carnal: "No vivimos más que en el tiempo que amamos". La asumimos íntegramente. Por el amor carnal se vuelve momentáneamente a lo más ancestral de nuestra existencia. Y sin su fugacidad inefable no se concibe la plena felicidad corporal y anímica. Por ser tan paráclito como vivo, el amor carnal es una consumación vívida en sí mismo, de ahí que los poetas de todas las épocas y latitudes lo hayan proclamado bendición de la vida. Juan Ramón Jiménez, lo hizo diciéndonos: "Qué dulce esta inmensa trama./ Tu cuerpo con mi alma, amor,/ y mi cuerpo con tu alma". Y para John Keats, el amor carnal "es la fuente de la armonía".

No obstante todo lo antes registrado acerca del amor carnal, no podemos olvidar lo que dejó sentenciado al respecto O. K. Bernhardt: "El que quiere estudiar amor, se queda siempre en alumno". Sí, pese a todo lo anteriormente apuntado, es imposible definir el amor carnal, aunque por nuestra parte hayamos escrito en un poema que "es el más remoto cáliz de la purificación del mundo". Lo escribimos siendo también plena primavera y habiéndolo gozado hermosamente.

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