Intereses y pasiones

Hay que consolidar este raro momento actual en que incluso Suiza se sube al carro de la solidaridad

Hubiera sido preferible conseguir este nuevo clima de europeísmo solidario gracias a progresos internos y convencimientos propios, sin necesitar la coacción exterior de una guerra. Muchos europeos, de todos modos, se han congratulado, aunque deba reconocerse que ha sido un logro impuesto por la fuerza de las circunstancias. Lo cual provoca una triste sensación: de no haber sido por los engaños y agresividad de Putin la Unión europea estaría aún anclada, mirándose en el ombligo de los intereses particulares y egoístas de cada uno de sus miembros. Pero, de todos modos, aunque la nueva situación adolezca de este pecado original, Europa ya luce otra cara para mirarse a sí misma y otro estilo para pactar con unos y enfrentarse con otros. Y, además, se plantea una nueva oportunidad para reflexionar sobre las dificultades que entraña un desarrollo ambicioso de europeísmo. Un despliegue siempre obstaculizado por el mismo dilema: ¿a cuál de los dos señores hay que servir? ¿A los intereses camuflados de los viejos nacionalismos, que solo buscan rendimientos internos, o, bien, entregarse al cultivo de los ideales (libertad, democracia, igualdad, derechos, cultura, bienestar) que son la única razón que justifica, más allá de la geografía, la existencia del ente llamado Europa? En las situaciones en que han prevalecido los intereses materiales inmediatos (impulsados por anacrónicos nacionalismos) se han apagado las expectativas de encarnar ese gran ideario europeo. Por eso, hay que consolidar este raro momento actual en que incluso Suiza (el mejor ejemplo de anteponer sus intereses a cualquier empresa colectiva) y hasta un esperpéntico político como Johnson, primer ministro inglés, se suben al carro de la solidaridad. Y el mejor modo de mantenerlo en marcha quizás consista, como pidió Raymond Aron, tras las dos últimas grandes guerras, en explicar bien a los europeos que hay sacrificar intereses económicos a las pasiones europeístas. Porque estas son los únicas que pueden salvarnos del retorno a la tribu étnica o, lo que es igual, a la barbarie del fanatismo populista. Y el mejor modo de superar esta difícil encrucijada europea ya está bien explicada en los libros, si se saben encontrar. Se puede empezar por uno, básico y primordial: Las pasiones y los intereses, de Albert Hirschmann (FCE), escrito en 1977, y que tantos años después, se mantiene como una decisiva y pedagógica arma intelectual. No es un libro para refugiarse a meditar, sino para tener argumentos para convencer y combatir en esta nueva hora de Europa.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios