Jerez y Fernando Molero: “Dame, Señor, tu ocio para adorarte”

El hermano mayor de la Estrella junto a la familia de Fernando Molero, en el reciente ciclo de Cristo Rey.
El hermano mayor de la Estrella junto a la familia de Fernando Molero, en el reciente ciclo de Cristo Rey.

29 de noviembre 2023 - 04:04

Cada vez estoy más convencido que Fernando Molero Zayas, aun ya morando la Gloria de los nobles de condición -allí donde el dolor ni el tiempo existen-, no ha abandonado -por decisión propia- este mundo de los vivos. No. Por aquí todavía nos observa con su bigote de nobleza, con su dinamismo de hombre inquieto henchido de ilusiones, con los ojos expresivos entre la comprensión y la humanidad. Con ese amor latiente tan descomunal por los suyos. Fernando, que dejó su corazón sobre el vientre de madera de una guitarra con perfil de sonrisa, camina ahora de puntillas por las esquinas del aire. En volandas sobre una barroca voluta de incienso. Tras la belleza métrica del Ave María. En la pronunciación insonora del Padrenuestro. Junto a la primera letra capitular del Credo. De la mano de sus nietos cuando los peques -jugueteando- alzan los brazos sin saber muy bien el porqué. Fernando no se ha ido pese a la multitudinaria adhesión que rodeaba un féretro de eternidad aquella aciaga tarde de lágrimas rotas por el filo de hojalata de la muerte prematura. Nunca antes como entonces la Escuela de la calle Porvera presentó un matiz más cetrino. Más endrino. Como la media luna recostada que da grosor al vaivén de tus ojeras, tan marcadas de puro llanto. También entonces presentimos la silueta de Fernando -su respiración quizá entrecortada- al costado del manto de pureza de “la niña más bonita del patio de San José”.

Ángel sin alas que devuelve las incoloras transparencias de una vida hecha verso, hecha beso, hecha lecho, hecha techo… Tanto le quisieron sus hermanos de la Borriquita que no cesan de reclamarlo. De mil maneras posibles. Como un grito ahogado de ecos que se multiplican como las palmas en tarde de Domingo de Ramos. Como una antología limpia de retina cansada, de espuma sin mar, de olas en la cresta de un palio donde nada es sombra ni olvido. Yo quisiera escribir las palabras más adecuadas para nombrar el Espíritu. Para distinguir el timbre de voz y el eco de su largo etcétera. El destino del hombre bueno -del padre que se supo padrazo, del esposo que se supo compañero- cuyo amor alimentaba a diario, como el pan nutriente de cada mañana. ¿A do fue el aroma de la nostalgia? ¿El ímpetu de este vacío sin latido? ¿A do la simiente de un legado que -como Cireneo de túnica y capirote- pisó las pisadas del Señor, tomando la Cruz de la vida para caminar sobre un sendero de Salvación? Ya lo preguntaba la génesis del soneto de un poeta pianista: “¿A dónde va, cuando se va, la llama? / ¿A dónde va, cuando se va, la rosa? / ¿A dónde sube, se disuelve airosa, / hélice rosa y sueño de la rama? / ¿A dónde va la llama, quién la llama? / A la rosa en escorzo, ¿quién la acosa? / Qué regazo, qué esfera deleitosa, / que amor de Padre la alza y la reclama?”.

Fernando Molero jamás jugó al escondite en cuestiones de Fe. Pensaba cuanto Gerardo Diego puso en negro sobre blanco: “Dame, Señor, tu ocio, ocio para adorarte, / ocio de pensamiento si las manos se enfangan”. Cuando Fernando ponía manos a la obra en las faenas de la Hermandad todo se convertía en círculo y en cíngulo sin principio ni fin. Por eso su herencia cofradiera le salió tan redonda. Las dificultades jamás adquirieron forma de “carro de ardiente aluminio”, sino imantación del yo: “figura me hiciste y me parezco a mí mismo”. Buscad a Fernando en la simetría de las tejas que observan un nuevo amanecer. En la dulce técnica cantora de un coro infantil. En un antifaz sin viento. En el cuerpo traslúcido que narra parábolas con capacidad de convencimiento. También en el ciclo de Cristo Rey que este año ha sabido homenajearle a través de una proyección audiovisual -de autor, de su cosecha- con hechuras de los años 80 del pasado siglo. ¡Qué acierto!

¡Y qué ímprobo trabajazo de su hijo Nandi al digitalizar aquella obra molturada sobre diapositivas bajo el guión y el título de una Semana Santa de Jerez aún a medio camino entre la evolución y la revisión: ‘Camino del Gólgota’. Ah, Fernando, estas fotografías: tantos flecos de ti. Y la colaboración de Francisco Mateos y Rafael Navarro. Toda una reliquia, a no dudarlo, rescatada por sus hijos para tan significativa ocasión. Fernando regresa a su Casa de Hermandad, a su lasaliano salón de actos, a su capilla del Señor que quiso demostrar cómo “las puertas divinas del cielo tan sólo las abre la santa humildad”. Fernando, tan presente, regresa a su ayer. Quiere Fernando de nuevo, entre bromas y veras, llenar la naricilla de su hija Vero de la nata -blanca y pura- de la tarta de Primera Comunión de aquella niña que hoy -ya mujer y madre- llora a solas, silente, sin testigos, como así crece la buena rama que al tronco sale.

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