Jerez íntimo

Marco Antonio Velo

marcoantoniovelo@gmail.com

Jerez y aquellas clases sin “monotonía de lluvia tras los cristales”

Claustro de profesores de mediados de los años 60 de la Salle de la Alameda Cristina.

Claustro de profesores de mediados de los años 60 de la Salle de la Alameda Cristina.

En el contraluz de toda experiencia vivificadora siempre observamos la confluencia de causas convergentes. Nada sucede por arte de birlibirloque. Aunque sí como consecuencia -natural, connatural- de lo real maravilloso, por usar la estimulante acuñación verbal del escritor barroco Alejo Carpentier. Jerez ha experimentado estos días un magma emocional que alcanza altas cotas de adhesión. De pureza no necesariamente localista. De trascendencia devocional: la Coronación Canónica de la Virgen de la Estrella, que es la Madre de los niños lasalianos. Y la primera creyente. Así nos lo anticipa san Juan Pablo II en su carta encíclica ‘Redemptoris Mater’: “María ha sido y es sobre todo la que es ‘feliz porque ha creído’: ha sido la primera en creer. Desde el momento de la anunciación y de la concepción, desde el momento del nacimiento en la cueva de Belén, María siguió paso tras paso a Jesús en su maternal peregrinación de fe. Lo siguió a través de los años de su vida oculta en Nazaret; lo siguió también en el período de la separación externa, cuando él comenzó a “hacer y enseñar” (cf. Hch 1, 1 ) en Israel; lo siguió sobre todo en la experiencia trágica del Gólgota”. Ante cualquier infección social, la Estrella es vacuna contra la Fe vergonzante, cápsula de coyuntura para los limpios de corazón y ligamento de fraternidad en azul y blanco.

La Virgen de la Estrella y los niños dibujan un solo haz. Y los niños y la Salle respiran idéntico oxígeno. De modo que la Estrella y la Salle forman una unidad indivisible. Arropan la inocencia bendita de toda algarabía. Los chiquillos siempre al arrimo de las plantas de la Virgen de su colegio de la Porvera. Que por algo -según el verso de Ángel Rodríguez Aguilocho- Ella es la niña más bonita del patio de San José. Hoy colgamos sobre la ancha pared de este ‘Jerez íntimo’ una orla en blanco y negro. Historia con nombres y apellidos de la Salle en nuestra ciudad. Concretamente de la Salle de la Alameda Cristina. Daguerrotipo con sangre de enseña docente. Educadores que marcaron época. Que imprimieron carácter. Que enseñaron con una metodología tan de remembranza de generaciones de chiquillos jerezanos. Un documento gráfico que habla por sí mismo. Que aglutina desde la tabla del 9 a la explicación de los palafitos. Desde la biografía del santo de Reims hasta las operaciones matemáticas del libro de portada amarilla y negra con título lacónico: ‘Cálculo’. Cotidianeidad de plastilinas que desprendían olor a divertimento. De seguetas con mando de madera. De pegamento Imedio -con banda azul-, de cajita de 6 ceras Manley, de escuadra y cartabón y semicírculos graduados -siempre de plástico transparente-. De excursión al campo del Polígono, de regalices como premios, de barritas de madera denominadas ‘las espabilinas’, de murales de trazos infantiles y grosor de rotuladores Carioca.

La infancia de aquella chavalería jerezana son recuerdos de quienes tantísimo nos enseñaron -disciplina, orden, concierto, eficacia pedagógica- no tan solo en las asignaturas de aquel ciclo de estudios obligatorios -léase primaria elemental, léase el mítico ‘ingreso’, léase la EGB a partir de 1970- sino en otros muchos órdenes de la vida. Ellos, tan henchidos de rica personalidad, jamás provocaron la machadiana ‘monotonía de lluvia tras los cristales’ de las clases de pupitres para dos: “Y todo un coro infantil/ va cantando la lección:/ “mil veces ciento, cien mil”;/ “mil veces mil, un millón”. En tan emblemático lienzo de la memoria aparecen, entre otros, los míticos hermano Claudio, hermano Julián, hermano Juan Delgado, hermano Jaime… junto a profesores inolvidables de la talla de don Camilo y don Manuel de Caso, don José Fernández Lira… O, aún -Deo gratias- entre nosotros, a sus 87 años de edad, don Manuel Pareja. ¡Todos ellos, los mentados y aquellos que no he citado, merecen un monumento en el gozo del patrimonio inmaterial de la ciudad! Hemos mencionado la clase de ingreso, que muchos jamás conocimos. Preguntas a alumnos de los años 60 y enseguida coinciden en datos: “Se le conocía como ingreso o como cuarto de primaria. Más bien como cuarto de primaria, porque ingreso es más antiguo. Entonces había dos clases de ingreso: una con don Manuel de Caso y otra con don Manuel Pareja. En la Alameda de Cristina las clases de ingreso estaban en la planta de arriba, junto a los bachilleres, y los que estábamos en ingreso, por esta razón, nos sentíamos mayores y más importantes”. Y es que, a no dudarlo, ser o haber sido lasaliano, además de un privilegio enorme, entraña una importancia infinita. Tanta como el rezo infantil de un avemaría a las plantas de la guapa Virgen de la Estrella.

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