En Jerez no damos calabazas a los muertos

De ninguna de las maneras los jerezanos dan calabazas a sus difuntos.
De ninguna de las maneras los jerezanos dan calabazas a sus difuntos.

31 de octubre 2022 - 05:00

Difiero frontalmente de quienes aseguran que, en cuestión de nuestros difuntos, los jerezanos sólo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena. Esto es: cuando anualmente nace noviembre. Mentira cochina. Embuste sin ton ni son. Falacia gratuita. Boutade peregrina. Afirmación de koala. Inexactitud sin lápiz de labios. Trucaje de la palabrería. En Jerez los muertos -los de cada cual- son los seres más vivos que, omnipresentes, habitan sobre la superficie emocional de nuestra realidad circundante. Por más que le pese a la señora doña Parca, tan cojitranca como sus desmanes a la chita callando. A la Parca la ignoramos -la ninguneamos, la puenteamos- porque es vieja antipática y resabiada.

La Parca es enigma ingrato, como una sopa de letras en duermevela: ejerce de librepensadora pero actúa a trasquilones, sin previo aviso, cobijada bajo el mismo disfraz de Borrón el Encapuchado. La Parca desenfunda el filo de la katana de su visiteo sin orden ni concierto. Pero las improvisaciones en Jerez son anatema. Por esta razón entre el jerezano y la Parca siempre prevalecerá un toma y daca de enemistad furibunda. Se llevan a matar -y nunca mejor dicho-. La Parca no es andaluza: se ha colado de rondón, falsificando su pasaporte de pécora un tanto deforme, en la tierra blanca y verde. La Parca echa venablos no por su boca recosida de hilo áspero sino por las conjeturas de su sesera. La Parca está mellada, como un piano desvencijado al que robaron la caja de resonancia.

Los jerezanos sabemos que nuestros muertos son vivos invisibles. All right. Ellos, los idos, permanecen aquí, al lado de su compaña, de su familia, del hálito de los miembros de las nuevas generaciones -los nietos, por ejemplo- que -por males del demonio- jamás alcanzaron a conocer. All risks. ¿Alguien osa desmentir y contradecir dicha aseveración? Los jerezanos no somos oportunistas regresivos con quienes descansan en paz. No somos visitantes de ocasión para con quienes fueron tronco de nuestros ramajes. Los jerezanos no descuidamos la relación de cercanía con aquellos familiares a los que seguimos queriendo una barbaridad, se pongan como se pongan el peso del tiempo, las hendiduras de los años y la bruma de papel que forman una montonera de calendarios. Los jerezanos seguimos codo con codo, vis a vis, con todos aquellos que despedimos circunstancialmente una mañana de muerte (¿prematura?) y lágrimas de tanatorio. ¡Quien así malpiense diferente que presente pruebas documentales! Los jerezanas estamos protegidos por nuestro pertinente y correspondiente ángel de la guarda -que existir, existir, lo que se dice existir, por supuesto que existe- y por todos los artífices de nuestro árbol genealógico cuyos nombres cierto día aparecieron impresos en el recuadro de vellos de punta -de negra cuadratura- de una esquela periodística. Merced al protocolo rutinario que imponen las fúnebres costumbres mundanas.

Para familiarizarse con la omnipresencia de nuestros finados bien merecen una lectura -y tres relecturas- libros como ‘Mis amigos muertos’ de Juan Ignacio Luca de Tena o ‘Los muertos y las muertas’ de Ramón Gómez de la Serna -cuyas páginas me bebí a sorbos siendo este servidor de usted un adolescente barbilampiño-. Los jerezanos sabemos que el camposanto responde a un gesto testimonial dentro de un territorio simbólico. Los recuerdos de nuestros difuntos siguen vigentes en la impertérrita permanencia del amor que en vida nos legaron. ¡Qué generosos fueron, caramba! No hay recompensa más suprema que estar henchidos del cariño de quienes nos precedieron. Los jerezanos no sólo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena. No. Los jerezanos no hacemos novillos a la hora de rememorar a quienes nos obsequiaron con apellidos de estirpe y nos amaron a corazón lleno. A quienes se dejaron sus vidas por las nuestras. A quienes nos dieron educación, protección y muchísima comprensión. Los jerezanos no damos calabazas a nuestros muertos. Por más que así se empeñe en hacerlas presente -las calabazas- este Halloween intruso de rojas máscaras y tridentes de plástico.

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