Jerez in memoriam, carta apostólica ‘Salvifici doloris’ y un mes sin vuelta de hoja

Manuel Barea Rodríguez y Manuel Barbadillo, en una entrañable foto para el recuerdo.
Manuel Barea Rodríguez y Manuel Barbadillo, en una entrañable foto para el recuerdo.

30 de octubre 2023 - 05:00

Octubre -que no da pábulo a ninguna travesía del desierto- suele transparentar los cambios de tiempo. Ahora parece que se despide echando leches, como una espantada del tío Sierra. El adiós de octubre -en Jerez- ya no tiene vuelta de hoja, en tanto todas -tan verdes, tan planas, tan ligeras- andan de capa caída -como así manda la estación otoñal- a ras de asfalto.

Dibujan una alfombra de arce con olor a nostalgia. Cielos despejados para este clima cíclico. Plaza Aladro: allí un adolescente se recrea en las páginas de ‘Platero y yo’. ¡Atiza! Un lector joven sentado a horcajadas sobre el lomo del pensamiento. Final de mes que no necesariamente entraña debilitamiento de la cuenta corriente. El epílogo de octubre es como un jardín interior que nos pilla a trasmano. Las mañanas se adensan y las tardes se adunan. Los días se acortan.

Los enamorados buscan el secreto de la ventura y los enamoradizos hallan el ansia inconclusa -movediza- de la incertidumbre. Las noches ya parecen metidas con calzador en el corsé de la ambientación callejera. A determinadas horas apetece sumergirse bajo los anticipos de las fiestas navideñas que ya se otean en lontananza. ¿Verdad que sí, José Soto? Se marcha octubre con una permuta glandular, con un código furtivo de flamenquería, con el extinto aplomo de quien ya no habita entre nosotros. Octubre, embadurnado de gerundios...

Y, sobreviene, tempus fugit, de nuevo noviembre. Mes de la aritmética de la muerte. Mes que abre el álbum físico de quienes nos precedieron. Gubia de luto. Pescozón para quienes, vivos, se tienen por inmortales. Por superhombres. Por héroes (de papel mojado). Por semidioses (de barro). Por ángeles (de cartón piedra). Noviembre, Jerez, quejido a compás. Trasunto de fórmulas cerradas. Lápidas relimpias por la lealtad del amor que no olvida. Verso sin aniversario. “Excedencia de la imaginación”, diría el poeta. No desde nunca hasta nunca. Sí desde siempre hasta siempre.

Remembranza que se espesa en los párpados. Conflagración de luz y esperanza. Andamos como a tientas en el verso de Pedro Garfias: “Dejadme a mí, dejadme a la ventura/ andar, llorar sin voz, mirar en vano/ hasta caer sobre la tierra oscura/ con la frente en el cuenco de mi mano”. Mes de cementerios. Mes de reflexiones y de inflexiones. “Las tijeras gorjean mejor que las calandrias”. Mes de cipreses -altos como el alcance de la memoria-: como la maestría poética de Gerardo Diego: “Cuando te vi, señero, dulce, firme,/ qué ansiedades sentí de diluirme/ y ascender como tú, vuelto en cristales”.

A medida que la vida avanza, adquiere grosor la nómina de las personas fallecidas que quisiste -que te quisieron-. Juan Ignacio Luca de Tena publicó en diciembre de 1971 la primera edición de ‘Mis amigos muertos’. Lista -apabullante- de nombres propios que adjunta una glosa, una reseña lírica, un canto libre cuya letra disputa las bazas al olvido, al silencio de la sepultura, a los recursos del vacío. Todos -quien más, quien menos- sostenemos en las alas del pensamiento una ancha enumeración de ‘Mis amigos muertos’.

Jerez, desde su vertiente institucional, puede recordar -tácitamente o bien en el sentimiento privado de cada familia- a miles de personalidades que cierta vez cobraron auge y renombre en razón a sus diferentes ocupaciones. Virtudes. Logros. Res non verba (hechos, no palabras). La sombra templada de quienes fueron. Hoy recordamos, por ejemplo, al comentarista deportivo Ángel Maza Romero (Amaro). Al padre Esteban Ibáñez Robles -que perteneció a la orden franciscana y quien cantó su primera misa en el Santuario de Regla, el día 30 de mayo de 1937).

A Manuel Yélamo Crespillo, inolvidable locutor -tan dedicado por entero a la información y al apartado que él tituló “amas de casa”-. Y recordamos a José Girón Segura. Y a Antonio Mateos. A José Cádiz Salvatierra. A Manuel Esteve Guerrero. A Juan Román y a Paco Carrasco. Por supuesto a don Rafael Bellido Caro. A Juan de la Plata. A Vicenta Guerra. A Pilar Paz Pasamar. A don Juan del Río. A Cristóbal Holgado. A Juan Peña Tejero. A Paco Bazán. A Diego Romero. A Paco Coro.

Al gran teniente alcalde que fue José Luis Valle. A Martínez Beas. A Luis Mateos Ríos. A Pepe Guerra, José Ramón Fernández Lira, el hermano Justo, Manuel Barea Rodríguez, Luis Gonzalo González, Ángel Romero Castellano, Manuel Barbadillo, Jaime Bachiller Martínez… Pasado mañana Jerez se recubre de noviembre. Retablo de ánimas. Nuestro corazón posicionado sobre el recuerdo de los difuntos. Personas que siguen habitando en nuestro músculo cordial. Noviembre que, readaptando el título de la primera obra de Camilo José Cela, pisa la dudosa luz del día.

Quedémonos con el explícito mensaje -sufrimiento redentor- que ofrece san Juan Pablo II en su recomendable carta apostólica Salvifici doloris: Cristo va hacia su pasión y muerte con toda la conciencia de la misión que ha de realizar de este modo. Precisamente por medio de este sufrimiento suyo hace posible “que el hombre no muera, sino que tenga la vida eterna”.

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