Programación Guía completa del Gran Premio de Motociclismo en Jerez

Jerez íntimo

Marco Antonio Velo

marcoantoniovelo@gmail.com

Jerez: la urbanización y el cierre oficial de la piscina

Una fiesta de paellas a la carta: marisco, pollo con verduras o arroz negro con alioli.

Una fiesta de paellas a la carta: marisco, pollo con verduras o arroz negro con alioli.

Existe -no sólo en Jerez- una fiesta septembrina de puerta cerrada -como la antología poética de un versificador maldito- y convivencia abierta -como la verticalidad de una pica en Flandes-. Una fiesta que no figura ni por asomo en las programaciones culturales de los Ayuntamientos. Una fiesta de ahogadillas y desahogo. Una fiesta con sabor a despedida y con función de bisagra entre dos estaciones del año en curso. Una fiesta indoor. De bañadores penúltimos. De colchonetas que saltan a la comba entre la chavalería. De socorristas que apuran sus últimas horas de currelo. De munificencia vecinal. De piel tostada. De paellas a la carta: marisco, pollo con verduras, arroz negro con alioli. De esplendores sobre la hierba. De jornada intensa e intonsa. De pensamientos insondables. De juegos infantiles. Una fiesta que por años gana enteros. Una fiesta -sin claroscuros- que jamás es remedo de amistad sino sustancia de afectos color verde menta. Una fiesta cuajada por el proscenio del libre albedrío. Una fiesta que es garante de charlas con copas de balón en contradanza. Chinchín. Fiesta en la que nada se deroga. Fiesta en la que todo se apura. En la que nadie permanece ni en el limbo ni en el ojo del huracán.

Aquí se tapea con frescor. Se copea sin sopor. El hambre no da ninguna cornada. El almuerzo es opíparo. El anecdotario corre de boca a oreja. Las risas dan otra vuelta de tuerca. El sol campa a sus anchas. Brindis de jerez porque nadie conduce al término de la velada. Los domicilios aguardan a un tiro de piedra: a cinco escalones y escasos metros. Hablamos de la fiesta epilogal del cierre de la piscina de nuestra -vuestra- urbanización. Sin control de pases y sin normativa al uso. Gente de bien que paga a escote. Bebidas para un regimiento. Tartas para legión y media. Piñatas para niños que saltan de la chuchería a los cocodrilos hinchables. El final del verano nos obliga a todos los vecinos a volver a la carga, a las andadas, al redil de las temperaturas que descienden. Otoño observa, inquisitivo, por el ojo nunca tuerto de la cerradura... Nostalgia de crema protectora. De rastrillos de arena. Caen hojas del calendario. El sagrado recinto de la piscina -echado el cancel del fin de la temporada- se avista como el retrato robot -como una brevería- que ahora resulta foto fija, fotograma congelado, testarudez que motu proprio se aísla, yuxtaposición de saberes, agua inédita, calma tras la bulliciosa congregación diaria de vecinos, hierba ya seca sin pies descalzos.

Nueve y cuarto, la hora horizontal. La hora que se acuesta -se recuesta- sobre sí misma. La hora -nunca displicente- del adiós. El cierre de la piscina tiene algo de ocaso. De una prórroga que ya no admite más elasticidad. De marasmo físico. De inmigración doméstica. De libertinaje sin patitas en la calle. Estos náufragos que formamos pandilla -que constituimos la comunidad- sí elegimos puerto. El de nuestros hogares puerta con puerta. Quizá durante el año se convive de higos a brevas o de Pascuas a Ramos. La fiesta de Halloween contribuye a la causa. Aquí la suerte ha remado a nuestro favor. Nos calificamos vecinos por defecto. Porque la lealtad es esférica: nos ha salido redonda. Apuremos los chapuzones. Los largos de extremo a extremo. El sombrajo. La partiditas de ping-pong. La profesionalidad de la socorrista. Sobrevuelan lecturas que aquí pasaron página bajo un Lorenzo de justicia. Summer, carcajadas sin aspavientos.

Nos batimos en retirada. Remoloneamos la subida a casa. El próximo año la canícula dirá. Todo vuelve a suceder, como así canta Fausto Rodríguez. De nuevo la piscina abrirá -y seguirán los pájaros cantando-. Y dos adolescentes se broncearán mientras -susurrando- pelan la pava. La fiesta de septiembre, en cada urbanización, es descanso dominical, como el nombre del quinto álbum de Mecano. La noche ha caído y la piscina comienza a entregarse a los meses aliados con el sueño de Morfeo. Un rumor de conversaciones flota en la nostalgia de este cielo azul oscuro casi negro. Se hace la mudez. Suena la música del silencio. Un aire timorato cae en duermevela. El cloro pierde vigencia. La luz decrece. La luna engorda. Arriba, en los dormitorios infantiles, voces adultas leen cuentos. Con tonalidad de mofletes colorados. Los críos abrazan sus peluches preferidos. La piscina es relegada a la soledad del inminente otoño. Regresamos a los compartimentos estancos del frío. Al frenesí de los días pintarrajeados por una definida gama de grises. Al compás de la cotidianeidad. A la agenda a contrarreloj. A la orquesta sinfónica de cada nuevo amanecer…

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