Descanso Dominical

Jerez

Puede que Jerez no sea la capital del mundo, pero es el centro de mi universo. Y con eso me basta y me sobra

No me gustan las certezas absolutas. Me producen incertidumbre. A excepción de cuatro cosas -mi familia, mis creencias, la radio y el queso payoyo- la vida me ha enseñado que es posible y se debe discernir, que Descartes sólo hubo uno, que muchas de las indestructibles verdades que a veces nos encontramos talladas en mármol pueden desvanecerse si les pones de frente una reflexión certera.

Con Jerez pasé por este proceso. Durante años de juventud, cuando aún no tenía un pasado, estuve convencido de que mi ciudad era el fin y el principio de todo. Supongo que no habré sido el único ni el último. El tiempo, las gentes, los libros y los vientos que soplan en todos los puntos cardinales me llevaron a desdibujar el imaginario que siempre me había acompañado. Puede que Jerez no sea la capital del mundo, pero es el centro de mi universo. Y con eso me basta y me sobra. Y aprendí a disfrutarla con sus luces y sus sombras, con sus muchas virtudes y su puñado de defectos. Convencido de que si me instalaba únicamente en la adulación y el conformismo jamás podría ayudar a mejorar lo que menos me gusta. Consciente de que ser crítico no es quererla menos sino todo lo contrario.

La ciudad valiente y luchadora, la que por siglos ha escrito su historia, la de Alfonso X el Sabío y Álvar Núñez Cabeza de Vaca, la que levantó un imperio y diseñó una industria internacional como la del vino, es también desde hace décadas la que se tambalea noqueada en las listas del paro, la que cambió las bodegas por promociones inmobiliarias. Ya no huele a trasiego, criaderas y soleras por sus calles. La del circuito de velocidad de fama mundial que nos ha dejado las arcas con telarañas; la del deporte y los dos xereces; la que parió a Lola y ha tardado 27 años en ponerle un museo; la que se enorgullece de un centro histórico que, sin embargo, está dejando morir de inanición mientras engorda a los centros comerciales del extrarradio; la de una Navidad genuina y pura que no debemos dejar morir de éxito; la de la Semana Santa que todo el mundo debería ver una vez en la vida, la de alguna procesión a destiempo. Es también la Jerez de la mejor Feria del planeta; la de La Paquera, Terremoto y las estirpes de la verdad del flamenco; la de San Miguel y Santiago; la de los Montes de Propio, la rociera, la solidaria, la de la Real Escuela, la ciudad del sol, la luz, y el cielo azul y blanco.

Caballero Bonald lo dejó escrito: somos el tiempo que nos queda. Confieso que el mío quiero pasarlo contigo, que siempre volveré a ti. Es verdad que nadie es perfecto, ni siquiera tú. Y, precisamente por eso, te quiero.

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