Jerez Íntimo (Espacio patrocinado)

Marco Antonio Velo

Jorge… y nadie dice ni pío

Jorge Berlanga no fue sólo hijo de su celebérrimo padre, sino un escritor fulgurante, “porque aquí lo que cuenta es hacer del sayo una capa” -como un tratadista de la subversión en letra cursiva- capaz -con elegancia dandy, con educación fina, con charme- de recrearse -siempre limpio de objeciones- en la calidad de párrafo del papel prensa. Repudiaba los gestos “de espantosa vacuidad”. Tanto como “la deriva de la plebe”, la claudicación sumisa frente a la chusma, las burdas artimañas de los trepas, el estrépito de la ignorancia, los bebedores babeantes sin chicha ni limoná, los cajeros automáticos –“esos monstruos malignos”-, las comilonas “con celebridades en los retretes”, los fogosos delirantes que forman parte de todas las manifestaciones, “la espiral de la mentecatez y el adocenamiento” y observar billares en los que “siempre” faltan bolas.

Tenía aspecto de actor fornido de anuncio televisivo de coñac. La impronta de sus ocurrencias era directamente proporcional a la parte alícuota del folio trenzado de prosa y otra cosa. Fue un veraz y voraz escritor de “rotativos”: su firmaba danzaba sobre sus secciones periodísticas al estilo de la canción de Franco Battiato: “como los zíngaros del desierto, con candelabros encima”: sí, con los candelabros del teclado de la Olivetti “al ritmo de siete octavas”. Anduvo de puntillas y a pies juntillas bajo la luminotecnia de la movida madrileña (aquella eclosión de aperturismo contracultural que él mismo promovió). Escribía como los ángeles no caídos de las ideas giratorias del presente de indicativo y el surrealismo de unos reportajes sociales con nombres en negrita y frescor de ron cola. Nunca cultivó el malditismo literario.

En este año post-Covid, tan sintomatológico en las secuelas pandémicas, se cumplen diez años del fallecimiento precoz de Jorge Berlanga. Dijo adiós a todo quisque a la prematura edad de 52 inviernos de abrigos de “odisea de un caballero moderno”. La efemérides ha pasado de largo -como un bluff, como un espantajo, como un rayo que sí cesa- de cara a la galería oficialista de los mandamases del Reino. Lo redijo Marquina: “España y yo somos así, señora”. La reivindicación de la obra de Jorge Berlanga -su producción periodística, novelesca, sus guiones cinematográficos- aún aguarda alguna mención en el tablón de anuncios de este suelo patrio. Pero, Andrés, ni por ésas. La España que pronto olvida la témpera cromática de sus artistas más imperecederos. La España ministerial y sincrética. La España de la desmemoria histórica incluso para los hijos de la izquierda que redactaron páginas de salvaguarda y consagración. La España del libelo por omisión y de la coyuntural amnesia nacional. España como paraíso de los idos o nirvana de sus ilustres difuntos o francachela de olvidados y desgarrados.

Diez años de la muerte de un creador de mente en cuarto creciente y nadie dice ni pío. Mutis por el foro y por el forro del vocabulario cheli de los plumillas de entonces. Y nos retrotraemos al verso del poeta: “En su oscuro principio, desde/ su vacilante estirpe, cifra inicial de Dios,/ alguien, el hombre, espera”. Los hacedores burocráticos de la Cultura no están por la labor de echarse en ristre la magnificencia de aquel ser de lejanías que era ‘Gente y aparte’, como su balcón de hoja con grapa en el ABC de las décadas de los ochenta/noventa.

Para que ningún violáceo silencio siga gravitando sobre la tumba del posmoderno por excelencia, yo me atrevo a recomendar a todos los jerezanos la única novela de Jorge Berlanga: ‘Un hombre en apuros’. Alta literatura, amigos. Me la bebí de un sorbo hace veinte años. Este verano he vuelto a ojearla. Con el tiempo ha crecido en calidad. Ya apenas se escribe así. No un poeta muerto, sino un articulista redivivo. Un escritor de musicalidad atípica. Como “un urogallo que me mira a través del cristal de la primera copa, con sus ojos de vidrio y sus barbas de pluma apolillada”.

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