La esquina
José Aguilar
Por qué Sánchez demora su caída
HACE mucho calor, llegamos ayer al campo y aún huele la casa a cal.
Después de tantas horas de camino en coche, estamos deseando correr. Poco a poco, Zaragoza queda aún más lejos y sentimos que nunca nos hemos ido de aquí. En el campo las horas se alargan y el tiempo se disfruta de otra manera.
El calor nos obliga a recogernos y dormir la siesta. Pero nos escapamos cuando papá y mamá descansan. Vamos saliendo de los dormitorios en penumbra y nos vemos fuera.
Fuera el sol nos ciega y tiene que pasar un rato para que podamos ver de nuevo. Y entonces, deambulamos por el campo hasta que nos derretimos de calor y buscamos el fresquito de la sombra de los árboles en los sifones.
Con este calor solo se mueven los toreros. Me gusta ver cómo se nos acercan volando y me gusta ver sus colores. Yo siempre busco uno azul porque casi todos son rojos.
Mis primos son muy brutos. Cogen a los toreros por sus alas transparentes, cuando se posan en la alambrada del huerto, y les amarran al abdomen un hilo del costurero de mamá. Me dicen que es muy difícil hacerlo y que me calle porque se espantan.
Los toreros vuelan como una cometa paseada por ellos. A uno le apretaron muy fuerte y soltó un líquido amarillo.
-¡Papá! - grité despertando a todo el mundo - ¡Vamos a llevarlo al botiquín de Aviación para que le den unos puntos!
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