Tierra de nadie
La amistad, bien o mal entendida
Cambio de sentido
Y eso dicen que es bueno, andar como los locos, que ya parece tonto el que no anda como un loco y eso es el progrezo, o sea, el adelanto", señala con espanto doña Hortensia Romero, la sabia puta nacida del ingenio de Fernando Quiñones. Que vivimos en un mundo de prisas, eso lo sabemos y sufrimos en carnes. El problema es que la velocidad de las cosas ya no nos escandaliza, que -inmunes- apenas sentimos el descompás del mundo. Si durante el siglo XX la historia se precipitó vertiginosamente, en el XXI se ha acelerado la intrahistoria, la vida pequeña, su íntimo día a día. Perfecto el truco trilero: al acelerar el ritmo, nos cambian el presente por futuro. Al requerirnos lo de afuera tanto y tan rápido, se nos olvida movernos desde dentro; a poco que una se descuide, acaba embarcada en aventuras -compras, quehaceres, viajes, vínculos de pacotilla- promovidas vaya usted a saber por quién, ni por qué, ni para qué. La idea es tener experiencias, muchas e intensas, y dejar constancia de ellas. Si no, pareciera que no vives, ni eres, ni cuentas. Así se ahonda, cubre y esquiva el vacío.
Ya lo habrán sentido en vida propia: las tecnologías de la información y comunicación han llevado las bullas al paroxismo. Nos adoctrinan para responder al instante, para inquietarnos si no nos contestan inmediatamente, para aburrirnos si no nos espolean con persistencia. Más que los tiempos, nos han cambiado los tempos. Me canso de pedir perdón continuamente por mi tardanza. Y no vamos tarde, es el modelo de vida impuesto el que va demasiado deprisa. Como contrapartida, surgen por doquier cursos de mindfulness, restaurantes de slow food, hoteles para detox digital y otros placebos de armonía. El ritmo humano -hasta hace poco gratis y al alcance de la mano- se convierte en otro consumible, pagamos por sus sucedáneos. Ser con propio swing significa hoy vivir a contratiempo. Todo un ejercicio de resistencia. "Yo quiero -escribe Juan Ramón Jiménez- llegar tardando".
El otro día, pensando en voz alta sobre los aforismos -esas frases que por un momento nos cortan la respiración, para continuar después respirando pero de otro modo- el catedrático José Ramón González comentaba que detenernos un instante tras la lectura de un texto tiene algo de acto político. Más aún -añadí yo-: es un acto revolucionario. Ha muerto Rafael Sánchez Ferlosio: lean detenidamente sus pecios. Será un ejercicio de insurgencia plena detenernos en su lectura, y que su lectura nos detenga.
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