HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

Mapa erógeno

19 de febrero 2010 - 01:00

EL gesto encomiable de la titular del inútil ministerio de Igualdad, inservible por la imposibilidad de la igualdad, de haber encargado un mapa de las zonas erógenas más íntimas de la mujer enriquecerá los tratados de anatomía. Podría servir como introducción al aburridísimo Kamasutra. Es una forma de antierotismo: si al sexo le quitamos el misterio y la curiosidad del descubrimiento, pierde mucho porque no queda nada por descubrir que incite a la insistencia ancestral de la raza humana en el mismo asunto. Por otra parte, los libros de anatomía que nos enseñan, por ejemplo, el ojo humano diseccionado, nos estropea durante un tiempo el atractivo de una hermosa mirada de color inefable. Hay cosas en la vida que es mejor no saberlas e ir averiguándolas poco a poco por experiencia propia. La sexualidad es de las principales. Quizá el mapa de la ministra sea una forma disimulada de represión sexual por hartazgo: ciertos tocamientos torpes leyendo un mapa no debe ser satisfactorio.

Los griegos, mucho más listos que nosotros, recorrieron el camino contrario. El taumaturgo Dexicreonte fue el encargado, antes de la época clásica, de liberar a las mujeres de Samos, mediante ritos de purificación, del desenfreno lujurioso en el que vivían. Nunca estaban satisfechas y enloquecían. Drogadas y borrachas en un intento baldío de aumentar los placeres sexuales, caían en trances peligrosos en los que llegaban a asesinar. Perseguían a los jóvenes que huían de ellas como de seres maléficos, lo que eran en realidad. El adivino Melampo hizo lo propio con las mujeres de Argos. Los excesos sexuales de las argivas las habían vuelto locas y andaban por los montes de manera salvaje e indecente, después de haber abandonado sus casas y matado a sus hijos. Por su parte, Bacis, por encargo de Apolo, liberó a las mujeres espartanas de la ninfomanía. Grecia, purificada, llegó a tan alto grado civilización que todavía perdura en nosotros, si no acaban con ella la miseria moral progresista y la invasión islámica.

Las formas de acabar con la sexualidad son todas bastante inútiles, pero es más eficaz el exceso que el defecto. Los empachos vuelven aborrecibles buenos alimentos. El sexo es un instinto que se puede razonar, pero si se le razona demasiado a la sexualidad popular y se la despoja de misterio y descubrimientos, consigue mejores efectos que la represión. La peor represión es la de la mente. La represión en todas las cuestiones en las que cada ser humano, según Kierkegaard, parte de cero, no sólo es recomendable, sino beneficiosa, creativa e incitadora. El fundamentalismo progre, descubridor de mediterráneos, cuenta con una rama feminista que se ha creído de verdad que la liberación sexual es posible. Por las ménades y las prétides sabemos que es senda de perdición que conduce a la insolencia, al delirio y a la autodestrucción.

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