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Un buen lector no debería conformarse con las obras recientes que, en llamativas mesas de novedades, descubre en las librerías. En literatura no hay que ser demasiado esclavo de la actualidad. También hay que hurgar en el pasado y recuperar aquellos títulos que no merecen ser olvidados. Porque muchas obras postergadas se mantienen vivas, aunque desde su publicación hayan transcurridos siglos. Además, se activa el aliciente de su lectura si previamente deben ser buscadas ansiosamente en bibliotecas de préstamos, en librerías de viejo, en los oscuros estantes de la casa de un abuelo. Nada es comparable a la ilusión que despierta un libro agotado y encontrado finalmente tras peripecias casi detectivescas. A este respecto, existe el ejemplo de unos narradores andaluces que reclaman nueva consideración, tras sufrir injusto y drástico olvido. Lo forma el conjunto de novelistas que, hace aproximadamente medio siglo, se propusieron, de manera más o menos articulada, reflejar la sociedad andaluza que los rodeaba en dispares geografías y ambientes. Ese conjunto surgió de manera espontánea en apariencia. Era la última década del franquismo. No hubo una voluntad colectiva, consciente, de constituir una generación literaria, pero compartieron rasgos comunes. Tales como una visión crítica, influida por las teorías social realistas entonces en boga, y el recurso a expresiones que en muchos casos supieron recrear atmósferas específicamente andaluzas. Posteriormente, al calor de tanta efervescencia de títulos y autores, algún crítico, sobre todo Ortiz de Lanzagorta, procuró unificar un fenómeno tan disperso en sus inicios. Resaltó vínculos e inventó el rótulo de "narraluces". Pero esta tentativa de formalizar movimiento, tan abierto, en función de su raigambre andaluza, no perduró, a pesar de coincidir con años en que la cultura meridional cobraba fuerza y poder. Sin embargo, ahora, transcurrido medio siglo, quizás aquella idealización no deba ser considerada tan artificial. Y sea, por tanto, buen momento, este verano, para rebuscar las novelas de Caballero Bonald, Manuel Barrios, Alfonso Grosso, Fernando Quiñones, Julio M. de la Rosa, Luis Berenguer, Manuel Halcón, José y Jesús de las Cuevas, entre otros. Algunos títulos, gracias a la meritoria labor de editoriales como Athenaica y Renacimiento, y a los estudios del profesor José Jurado Morales, han sido recuperados, pero habría que continuar indagando y reeditando. No sería extraño descubrir que ahí yace un gran tesoro: la mejor clave narrativa para descubrir el complejo entramado social de Andalucía.
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