Su propio afán

Enrique / García-Máiquez

Oda al ocio

09 de septiembre 2016 - 01:00

EN junio vi al hijo de un amigo esperando el autobús y me ofrecí a acercarle. Venía de hacer un examen de recuperación de Historia de la Filosofía y se volvía a casa a seguir preparando la selectividad. "Ah, y ¿cómo te salió el examen?" "¡Súper-bien!" "¿Y qué entraba?" "Ortega y Gasset." "Pero ¿cómo? ¿Sólo Ortega?" "No, no…, y Gasset".

No sé si yo aprobaría un examen sobre Ortega (y Gasset) porque estoy intentando recordar en qué libro le leí una observación, y la fuente se me escabulle. A Ortega le rechinaban los dientes cada vez que algún extranjero le alababa España por la amabilidad de un indígena que le había acompañado hasta la misma puerta cuando había preguntado por una dirección. El filósofo preferiría un país en que sus gentes estuviesen tan ocupadas, concentradas y afanosas que no tuviesen tiempo para acompañar al primero que pidiese orientación. Si el hijo de mi amigo se había estudiado esa idea, pensaría lo peor de mí, que le llevaba, aunque no dijo ni mu. Hoy don José Ortega y Gasset no tendría ningún motivo para protestar de sus compatriotas. Vamos tan acelerados y presionados con el trabajo que casi nunca tenemos tiempo de decirle a nadie: "Deje, que yo le acerco".

No lo cuento porque haya dejado a un extranjero abandonado en ninguna esquina. Nadie me ha preguntó nada, quizá porque voy tan rápido que como no me echen un lazo… Lo recordaba porque no me da tiempo estos días ni a leer el periódico. Y lo que en mi caso es, por suerte, un pico temporal (un pico y una pala) para muchos es lo corriente. Una de las causas principales de la crisis del periodismo es que hay muchas personas que ya no tienen tiempo de informarse de nada, con el riesgo que eso implica para la democracia. Un pueblo soberano tendría que saber qué pasa y por qué y cómo para poder votar con conocimiento de causa y, sobre todo, de consecuencias. Supongo que Ortega, tan vinculado al periodismo, no estaría muy contento tampoco con tanta ansiedad de sus paisanos, reconvertidos con la fe del reconverso, al activismo. Clamaría por el término medio, esto es, no por acompañar al visitante, vale, pero tampoco perder la paciencia, ni el civismo ni el interés por el mundo y la actualidad. Cuando Aristóteles ponía por las nubes el ocio del ciudadano libre no era por clasismo o por pereza. Defendía, con el ocio, virtudes muy importantes y más necesitadas de amparo que la pura productividad.

stats