Jerez Íntimo
Marco Antonio Velo
Jerez, 1963: Jerónimo Albuín, Beltrán Domecq, Javier López de Carrizosa y Agustín García-Mier
Acervantes le vino muy bien recurrir a Cide Hamete Benengeli, el historiador que recogió algunas de las andanzas de don Quijote y que Cervantes se limitó a traducir y transcribir. Esto, claro está, es una invención del propio Cervantes, pero es una invención dentro de otra invención, y ese sencillo gesto dio lugar a una nueva novela, o a un nuevo plano dentro de la misma novela. Están las aventuras del hidalgo, escritas por Cervantes, y están algunas de las otras, escritas por Cide Hamete, y añadidas al primer borrador, si de borrador se puede hablar.
De algún modo, esto sesga la mentira en distintas mentiras, y esto hace que también de la verdad puedan extraerse verdades distintas y de pleno derecho. Nos encanta el recurso de los textos encontrados, que es lo que hizo Cervantes, y los encontramos por todos lados: el texto encontrado por Harry Haller en El lobo estepario, la novela dentro de la novela de La sombra del viento, o hasta una cáustica biografía de Mar Flores dentro de la envenenada y falsa novela policiaca La flor de Usera.
Puede que a esta fascinación por las dobleces y por el profundo buche de la ficción se deban mis febriles lecturas de Bolaño. Dentro de la familia literaria de los inventores (todos los escritores de ficción lo son, pero unos lo son más que otros), y siguiendo a Schwob o a Borges, Bolaño espolvoreó sus libros con el brillo de obras falsas y vidas inventadas, de hipotéticas conversaciones y amistades con escritores, sobre todo poetas: poetas malditos, poetas tristes, poetas oscuros, poetas americanos, poetas pobres, poetas enloquecidos, poetas imaginados o muertos. Está Cesárea Tinajero en Los detectives salvajes, está Carlos Wieder en Estrella distante y en la fantástica antología La literatura nazi en América.
Por todos estos motivos, sumándole a ellos la fascinación por las películas y el terror, por los escondrijos, los sótanos, las cárceles y los manicomios, los mundos ocultos dentro del mundo, he devorado las dos últimas grandes novelas de Gustavo Faverón Patriau, el heredero de Bolaño, el único en cuya mano he podido oír la mano de Bolaño, como si estuviera vivo y siguiera escribiendo detrás de otro nombre. Son Vivir abajo y Minimosca. Y son muchas otras, porque están llenas de historias, de delirios, de alucinaciones, cada uno de los cuales podría conformar una sola novela, lista para que la encontremos, lista para encontrarnos.
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