habladurías

Fernando Taboada

Ojo por ojo, chiste por chiste

29 de septiembre 2012 - 01:00

YA lo dijo Umberto Eco: nunca veréis a una coliflor reírse. Bueno, esto en realidad no lo dijo Umberto Eco, pero no tenía yo tiempo ahora de buscar citas de filósofos italianos, así que me he sacado la frase de la manga, a ver si colaba. Ya veo que no. Lo que nadie me discutirá a estas alturas es que la risa -junto a la cocina de diseño y el esquí náutico- es patrimonio exclusivo de la Humanidad, y que si ya los animales encuentran severas dificultades para soltar una carcajada, en el reino vegetal sería insólito dar con alguna especie ni remotamente chistosa.

Por eso no entiendo la obsesión de algunos humanos, que se levantan cada mañana empeñados en parecer que no lo son y que, para demostrarlo, no solo no se ríen nunca, sino que además se dedican a perseguir a los que en el sentido del humor hallan una vía de escape. Porque hay que ver la obsesión que les ha entrado a los integristas islámicos por cortar las cabezas de ciertos humoristas. Hace años ya hostigaron a los autores daneses que se atrevieron a garabatear unas caricaturas de Mahoma. Ahora la han emprendido contra otros dibujantes franceses por lo mismo. Incluso los responsables de El Jueves, una revista que intenta cada semana quitar hierro a una actualidad bastante antipática, se han visto amenazados también por esos fanáticos que piensan que la letra, como mejor entra, es a base de derramar sangre en grandes cantidades.

¿Acaso en países como Afganistán no tienen otros problemas que resolver antes que el de los chistes publicados por unas revistas que allí casualmente están prohibidas? Está claro que cuando se quiere repartir leña, cualquier excusa es buena, incluso la sentimental. ¿Pero por qué es tan fácil herir los sentimientos de quienes expresan los suyos haciendo estallar bombas en los supermercados? Entiendo que algunos chistes sean ofensivos, pero más ofensivo será que pongan precio a tu cabeza a cuenta de esos chistes.

Entretanto los gobiernos occidentales se deciden a crear órganos de control que supervisen los chistes de la prensa, para evitar así conflictos internacionales, habría que preguntarse si pedir a los humoristas que se callen la boca con tal de no provocar a los integristas -como ya se les ha pedido- no vendría a ser como pedir a las señoras macizas que se queden sin salir de casa para no provocar, en este caso, a los violadores.

Sin embargo, no todos se lo han tomado a la tremenda. Afortunadamente hay publicaciones islamitas que ya están empezando a contraatacar con nuestra misma munición y, aplicando con buen criterio la fórmula del ojo por ojo, se animan a sacar chascarrillos para ridiculizarnos a los occidentales. Material tienen de sobra, ya que se pueden chotear, sin ningún problema, de nuestros reyes, de nuestras minifaldas, de las corridas de toros y las procesiones. Sin ningún problema, claro, mientras no salte aquí un fanático dispuesto a pedir la cabeza de los humoristas musulmanes, que entonces sí que la habríamos empatado.

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