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La España de los cesantes que tan magistralmente describieron Larra, Mesonero Romanos o Galdós sigue existiendo según un reciente informe de la OCDE. El cesante era definido en 1833 por el Diccionario de Canga Arguelles como "el que queda sin ocupación por resultas de reformas políticas". Quedaba sin ocupación de enchufado, sí, pero no quería volver a su oficio precedente. Escribía Galdós en El grande Oriente: "Los cesantes, esos insignes patricios desairados, no quieren volver a las panaderías, carnicerías y molinos de chocolate de donde salieron. Encuentran más fácil encasillarse en las fortalezas de Padilla, donde, haciendo comedias, se van adiestrando en la oratoria y en el arte de conspirar". Porque ganaban más sin dar golpe o no tenían oficio conocido. ¿Les suena?
El objetivo del partido que ocupaba el Gobierno era colocar a los suyos. Famoso es el grito que un paisano alpujarreño dirigió a Natalio Rivas durante un mitin: "¡Natalio, colócanos a tós!". Si los políticos españoles tuvieran un santo patrón debería ser don Natalio: fue presidente de la Diputación de Granada y concejal de Madrid entre 1893 y 1900, diputado del Partido Liberal por Órgiva ininterrumpidamente entre 1901 y 1923, años en los que además ocupó subsecretarías, direcciones generales y un ministerio; volvió a ser diputado durante la Segunda República y -asómbrense- fue designado procurador en Cortes por Franco en 1949, 1952 y 1955, la última vez cuando había cumplido 90 años. Un monstruo. Un máquina. Un berraco. Un modelo.
Los cesantes eran producto de la España caciquil de la Restauración. En 1918 el Estatuto Maura intentó acabar con ellos reforzando el funcionariado estable. Y en gran medida lo logró. Pero no del todo. Justo un siglo después España sigue siendo un país de cesantes y enchufados. De lujo, eso sí, no como los desgraciados del XIX. Lo ha confirmado el informe de la OCDE que mide la independencia de los cargos de la Administración con respecto a la alternancia de los distintos Gobiernos considerándola un indicador de la calidad de los servicios, la estabilidad de la cosa pública y la eficacia de los diques contra la corrupción. ¿Saben qué lugar ocupa España en esta lista? El último junto a Chile y Turquía. Por eso cada vez que se produce un cambio de Gobierno, ya sea nacional, autonómico o local, vuelve a oírse el grito de Órgiva: "¡Natalio, colócanos a tós!".
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