Enrique Gª-Máiquez

Pájaros y flores

Su propio afán

Los cordones sanitariosse aprietan y los insultosy los desaires han llegadoa las instituciones

30 de septiembre 2023 - 00:30

En una comida muy salada comentábamos amargamente que vamos a tener que dar la razón a los ingleses. No en todo, sino que no se puede hablar de política, religión ni dinero en la mesa. Yo, celtibérico, sostenía que, como si no fuese bastante sosa la comida inglesa, ellos encima quitaban los temas de conversación más picantes, alcanzando la apoteosis de la insipidez. Dios es el tema más interesante del mundo, y la política, de otro modo, también anima. El dinero nos lo podemos ahorrar.

Sin embargo, últimamente no se puede hablar nada de nada. La religión, entre que cada vez quedan menos católicos y que los que hay nos vigilamos de reojo unos a otros a ver qué contamos de Su Santidad, quita las ganas. La política se ha electrificado (o electrocutado). La aparición de Vox y su rivalidad latente con el PP han hecho que hasta en las familias más monolíticas de derechas e incluso con los amigos de siempre, la política resulte inflamable. Fuera, ya es un campo de minas.

El PSOE ha quemado los puentes con Puente pero la cosa viene de lejos. Ni en los años 30, cuando los hubo, se acusó tanto de fascista al contrincante político. La Ley de Memoria Democrática tiene un móvil de señalamiento que no escapa a nadie. Los cordones sanitarios se aprietan. Los insultos y los desaires han llegado a las instituciones. A Carlos Pollán, presidente de las cortes castellanoleonesas, los procuradores de Podemos le negaron el saludo; a Almeida un concejal del PSOE le da tortitas amenazantes (en honor a Juan Lobato hay que decir que el PSOE de Madrid le ha cesado). Baldoví la lía en Valencia. La presidente de las cortes de Aragón no le ha dado la mano a Irene Montero, que antes le había espetado: «Me alegro de que nos encontremos para defender el derecho al aborto». No es un saludo amigable.

El deterioro de la vida pública salta (por los aires) a la vista. Aun así, lo mejor sería no dar la razón a los ingleses y seguir hablando numantinamente de los temas candentes como si nada. Ceñirse a hablar del tiempo y de pájaros y flores sería una doble lástima. Por la pérdida de interés de las conversaciones y porque en la práctica implica una censura implacable por la espalda. Hagámonos fuertes en la delicadeza. Musitemos lo nuestro sin miedo y con esperanza de encontrar rivales que no hayan perdido las buenas maneras ni el sentido del humor. Y, si luego resulta que los han perdido, pues peor para ellos.

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