Desde la ciudad olvidada

José Manuel Moreno Arana

El Palacio de Villapanés

"Perros". Esta palabra, escrita con grandes letras sobre la vetusta puerta, es un grito burdo dirigido a aquellos que transitan por la calle Empedrada. Muchos, la mayoría, pasarán por delante con indiferencia, con la despreocupación del que camina por una realidad aceptada. Pocos escucharán el alarido, que va mucho más allá de un vulgar grafiti, que no es otra cosa que un simple detalle dentro del estado general de degradación que sufre la casa que habitó una de las familias más ricas del Jerez del siglo XVIII. Después de múltiples usos y de tantos años de cierre, el recuerdo de sus primeros habitantes se ha casi esfumado. Late sólo en el lenguaje impenetrable de los escudos heráldicos o de las interesantes pinturas murales que se desmoronan dentro.

Los Panés hace mucho que abandonaron su vivienda. El último marqués, Miguel María, murió en 1828. Con él se fue su enorme biblioteca, que abrió al público, siguiendo los principios ilustrados de fomento de la cultura y la educación. Su palacio fue levantado con una estética todavía barroca a partir de 1744, en vida de su padre, Miguel Andrés Panés, y a lo largo de varias fases. En 1776 era el arquitecto Juan Díaz de la Guerra quien dirigía las obras y suyo debe de ser el planteamiento escenográfico con que fue concebida la fachada a la Cruz Vieja. Hoy unos olivos incomprensibles tapan los bellos ángeles atlantes de la portada principal y un desgarbado monumento oculta las amplias perspectivas de las que gozó el edificio. Esta zona es la única que fue rehabilitada en su día, y no precisamente con mucho acierto. Ahora, pese al gran valor del palacio, el anuncio de una próxima intervención municipal sobre su parte arruinada ha sido recibido con poco interés. Cuestión más polémica será el uso que se le dé, pero de eso ya hablaremos otro día.

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