¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Un nuevo héroe nacional (quizás a su pesar)
EL puente entre san Dionisio y el día de la Hispanidad, me permitió disfrutar de unos días en Córdoba. Ahí, en la basílica del Juramento de san Rafael, pude visitar el Santo Cristo de la Universidad, obra del escultor Juan Manuel Miñarro López. Esta escultura se realizó basándose en la Sábana Santa de Turín y en el Santo Sudario que está en la catedral de Oviedo. Es difícil describirla porque Miñarro no se anduvo con miramientos. Deseaba dar testimonio de lo que Cristo padeció y el realismo que logra es estremecedor. Para su creación, Miñarro realizó una investigación multidisciplinar donde la Antropología Física fue fundamental. El resultado es una talla impresionante que se aleja del embellecimiento con el que los artistas han favorecido al crucificado. El escultor no tiene tapujos para mostrar el cuerpo de un Cristo con más de ciento veinte golpes, seiscientas heridas abiertas, un rostro amoratado, la llaga del costado convertida en una hemorragia y el vientre inflamado. Es la representación de un Cristo con el cuerpo colapsado que, en perfecta obediencia al Padre, sufre en silencio y muere, finalmente, de asfixia. A diferencia de otros, a este Cristo no se le puede pedir nada. Al contrario. Su indefensión llama a la compasión, despierta el deseo de mitigar su dolor, de quedarse junto a Él en su agonía. Al verle no pude dejar de pensar en su madre. Sólo de imaginar su dolor se me encogió el alma. No se cómo María pudo permanecer al pie de la cruz.
Hoy, esta lección es aún una asignatura pendiente. Se sigue crucificando a inocentes, a niños no nacidos, a personas de bien, a ancianos, a jóvenes arrojados al desempleo. Hay muchos clavos y muchas cruces. Muchos flagelos y muchas coronas de espinas. También hay muchas madres que siguen al pie de la cruz. Ya va siendo hora de sembrar en los campos la semilla de la paz.
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