La esquina
José Aguilar
Yolanda no se va, se queda
LA mente es libre y el pensamiento vuela, pero nadie crea que con esto basta para saber pensar: a pensar hay que aprender. Algunos aprendizajes nos vienen dados, como son las técnicas de la vida cotidiana que una generación enseña a la otra: hacer un puchero, renovar el asiento de una silla o arreglar el pinchazo de una bicicleta. Pensar requiere un esfuerzo para sacar deducciones de una información recibida y no conformarse con la interpretación de otros añadida a la información. Me he encontrado recientemente con un proverbio chino: "Si quieres un año de prosperidad, planta trigo. Si quiere diez años de prosperidad, planta árboles. Si quieres cien años de prosperidad, educa a la gente." Cien años en este caso es una metáfora de "mucho tiempo". Pensar es un trabajo: "¿Qué haces perdiendo el tiempo mirando por la ventana?" -decía la esposa torpe de un escritor. "No estoy perdiendo el tiempo, estoy trabajando, estoy pensando." Ante las dedicaciones que necesitan aprendizaje y esfuerzo la pereza es la enemiga.
En tiempos de comodidad, bienestar y mínimo esfuerzo, la tentación es que las opiniones nos las den hechas. Las encuestas suplen a los debates: nos ahorramos discutir un asunto porque los encuestadores ya lo han hecho por nosotros. Los errores y mentiras repetidos muchas veces se convierten en aciertos y verdades que nos evitan razonar, y el que nos encasillen a las personas, las ideas y los comportamientos nos exime de tener un pensamiento propio. Estamos en tiempos infelices de ahorro de energía mental. Fíjense el trabajo que nos quita de encima una proposición tan simple como falsa: la izquierda es buena y la derecha es mala. No sólo nos ahorra haber aprendido a pensar, sino a estudiar, analizar y razonar los porqués de tal afirmación. Ponemos en cada gran casillero lo que nos acomode y el trabajo nos lo han hecho otros. La sociedad sigue funcionando aparentemente bien, pero nos engañaran cuantas veces quieran y algún día no lejano empezará a funcionar mal.
No tenemos que estudiar la historia de las naciones ni la historia de las ideas, ni la del mundo contemporáneo, ni debatir ni analizar, ni discurrir ni deducir: no tenemos que aprender a pensar por sí mismos, sino adoptar como propios todos los tópicos, encasillamientos e ideas hechas que nos vayan inculcando. Pero, además de esto, ganamos en tranquilidad, en sosiego y acaso en felicidad, concepto complejo que muchas personas creen haber alcanzado. Pensar con orden tiene un precio a veces alto en inseguridad, infelicidad, preocupaciones, pesadumbre, pero no quiere decir que los que dejen pensar a los otros por ellos no tengan también esos sufrimientos. Los tienen. Quizá sean algo más dichosos, pero sin la compensación de las satisfacciones que da la búsqueda de la verdad, sin el equilibrio de la conciencia propia.
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