La esquina
José Aguilar
Yolanda no se va, se queda
LA probable repetición de las elecciones y, en cualquier caso, la repetición de una tercera campaña electoral preventiva, que ya ha empezado, están creando en España un clima de déjà vu absoluto. No parece que se repita solamente la política nacional, sino todo. Es como si el día de la marmota viniese unido a una plaga de marmotas.
El ejemplo más claro ha sido la Diada. Se ha percibido una falta de importancia, aunque el reto del nacionalismo es gravísimo, y una rutina en la revolución que oxida toda reacción. Quizá este caso tenga una explicación menos esotérica. El nacionalismo vive de su enfrentamiento con la nación, concretada en sus instituciones y, en especial, en el gobierno. Estando todo en tenguerengue, el nacionalismo, que se nutre de su victimismo, se ha encontrado sin el punto de apoyo para su reivindicación. "Dadme un punto de apoyo y moveré la tierra catalana", podría clamar Puigdemont, decepcionado por no poder hacer palanca contra un Gobierno como Dios manda.
La explicación para la Diada más despintada podría ser ésa, pero tampoco hay que descartar, como digo, el factor, contagio. Todo parece gastado, reciclado, de segunda mano, de tercera vuelta. Dense una vuelta por las columnas de los periódicos, precisamente.
Hacemos un esfuerzo propio de Sansón porque no se nos hundan los artículos, pero hay que reconocer que la sensación de manido cunde a poco que se hable de política. Tiene más novedad y tirón hablar de la misa en latín.
Los gobiernos autonómicos también van a medio gas, aunque no deberían. Se demuestra por la vía de los hechos que la administración del Estado, digan lo que digan los nacionalistas, es una pirámide jerárquica y que, si el gobierno central se queda sin batería, todas las terminales territoriales terminan apagándose.
La misma batalla política, que debería estar en todo su fragor ante la perspectiva de una vuelta o revuelta electoral, no termina de coger el vuelo, y eso que en Galicia y en el País Vasco laten las últimas oportunidades de que no vayamos a unas terceras elecciones, si se dan las carambolas electorales necesarias.
La excepción está, según los datos, en la sociedad civil y en la economía, que no se resiente de la crisis política. Claro que aquí no hay repetición que valga, sino novedad. La economía llevaba mucho tiempo sintiendo en la nuca el aliento de la política y, de golpe, estamos teniendo un pequeño respiro.
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