Tierra de nadie
Esclavos de la libertad
Sine die
SI algo tiene de bueno ir cumpliendo años es que ya no se extraña uno de nada. A medida que va pasando el tiempo, el escepticismo va anidando en la forma de ver el presente y en la manera de interpretarlo. Vista la actualidad de la España de hoy no sale uno de su asombro. Unos, los beneficiados por la situación, sólo ven maravillas en el día a día. Otros, los que no tocan pelo, no dejan de pregonar desgracias y un futuro catastrófico. Uno, que sale a la calle y mira a su alrededor, comprueba que ni lo uno ni lo otro. Lo de siempre. Nunca llueve a gusto de todos y nada tan falso como la supuesta igualdad de necesidades y de oportunidades.
Con la edad se juega con ventaja. Ya ha visto uno cosas y no es tan fácil que se la den. La ilusión y la bisoñez van dando paso a la incredulidad y el escepticismo. Llama la atención la eficacia que sigue mostrando la palabra y la capacidad de algunos para seguir embaucando a la gente con mensajes llenos de palabrería, así como la ingenuidad de gran parte del auditorio.
No hace tanto que los descamisados y los amantes de la pana vendían su mercancía entre aplausos. El tiempo nos permitió verles con corbatas de seda, mansiones de diseño y pasearse en coche oficial. Muchos de aquellos progres defensores de lo público, sabios en apariencia y liberales en lo social resultaron ser con el tiempo unos auténticos carcamales. Llevaban a sus hijos a estudiar a colegios extranjeros, se operaban en clínicas privadas y no eran tan cultos como se les suponía. El mundo que prometían llegó, pero solamente para ellos. Aun así siguen con su palabrería y no les falta su coro de aduladores.
La historia se repite, es cierto. Vemos la misma escena con actores diferentes. El guión es idéntico, los decorados se han puesto al día y el público se ha renovado. Los que nunca han visto la película se la creen a pies juntillas, no se dan cuenta de que una cosa es la ficción y otra la realidad. Mircea Eliade definió la situación como el mito del eterno retorno. A pesar de todo la vida sigue y las cosas parecen ir adelante por pura inercia. Tal vez sea así, como demuestra la observación microscópica del torrente sanguíneo en el que las células compiten y se empujan unas a otras, consiguiendo llegar finalmente a los tejidos más alejados. Está visto: pasar de progre a carcamal es puro darwinismo, acaba por llegar, es sólo cuestión de tiempo.
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