Jerez íntimo
Marco Antonio Velo
Gestoría Prieto, más de medio siglo en el barrio de San Pedro (y II)
Sine die
SI algo tiene de bueno ir cumpliendo años es que ya no se extraña uno de nada. A medida que va pasando el tiempo, el escepticismo va anidando en la forma de ver el presente y en la manera de interpretarlo. Vista la actualidad de la España de hoy no sale uno de su asombro. Unos, los beneficiados por la situación, sólo ven maravillas en el día a día. Otros, los que no tocan pelo, no dejan de pregonar desgracias y un futuro catastrófico. Uno, que sale a la calle y mira a su alrededor, comprueba que ni lo uno ni lo otro. Lo de siempre. Nunca llueve a gusto de todos y nada tan falso como la supuesta igualdad de necesidades y de oportunidades.
Con la edad se juega con ventaja. Ya ha visto uno cosas y no es tan fácil que se la den. La ilusión y la bisoñez van dando paso a la incredulidad y el escepticismo. Llama la atención la eficacia que sigue mostrando la palabra y la capacidad de algunos para seguir embaucando a la gente con mensajes llenos de palabrería, así como la ingenuidad de gran parte del auditorio.
No hace tanto que los descamisados y los amantes de la pana vendían su mercancía entre aplausos. El tiempo nos permitió verles con corbatas de seda, mansiones de diseño y pasearse en coche oficial. Muchos de aquellos progres defensores de lo público, sabios en apariencia y liberales en lo social resultaron ser con el tiempo unos auténticos carcamales. Llevaban a sus hijos a estudiar a colegios extranjeros, se operaban en clínicas privadas y no eran tan cultos como se les suponía. El mundo que prometían llegó, pero solamente para ellos. Aun así siguen con su palabrería y no les falta su coro de aduladores.
La historia se repite, es cierto. Vemos la misma escena con actores diferentes. El guión es idéntico, los decorados se han puesto al día y el público se ha renovado. Los que nunca han visto la película se la creen a pies juntillas, no se dan cuenta de que una cosa es la ficción y otra la realidad. Mircea Eliade definió la situación como el mito del eterno retorno. A pesar de todo la vida sigue y las cosas parecen ir adelante por pura inercia. Tal vez sea así, como demuestra la observación microscópica del torrente sanguíneo en el que las células compiten y se empujan unas a otras, consiguiendo llegar finalmente a los tejidos más alejados. Está visto: pasar de progre a carcamal es puro darwinismo, acaba por llegar, es sólo cuestión de tiempo.
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