A contraluz

Manuel Pareja

Progresismo

13 de enero 2014 - 01:00

EL progresismo es la concreción política del relativismo. Y esta doctrina, progresista en lo político y relativista en lo filosófico, es el pensamiento dominante en el occidente actual. El progresismo poco tiene que ver con el concepto de progreso, término del que se han apropiado éstos cuando hablan de políticas de progreso. Adueñarse de esa etiqueta, les proporciona un plus de verdad y legitimación, que aun siendo falsa, es muy difícil combatir. Por eso, los liberal-conservadores se afirman reformistas, porque saben que ese partido lo tienen perdido. El relativismo borra de un plumazo las fronteras de las verdades objetivas, absolutas, y coloca éstas en el campo del sentimentalismo, del deseo y el emotivismo; de manera que dependerá de cada caso, de cada persona, de lo que siente y desea, si algo está bien o está mal. Eso es lo que ha permitido que los derechos humanos sean reinterpretados a luz de esa mentira relativista, y el derecho a la vida, el concepto de libertad o el de persona se desdibujen en otros como el del derecho a la salud sexual y reproductiva o el derecho a decidir. Estos últimos son la coartada de la eliminación de aquellos. Al progresista le fastidia este argumento, porque lo enfrenta a una verdad irrefutable; le molesta más un conservador que un antisistema, comprende antes al radical que a la víctima. Son muy dados a montar autos de fe para defender sus conquistas progresistas, y llevan mal la crítica de otras formas de ver y entender la vida. Quien no es progresista es reaccionario, y por lo tanto merece el rechazo de la tribu progre. Han colonizado el mundo de la ciencia y la cultura, piensan que son los únicos demócratas de verdad, y que el poder en manos de otros es un accidente remediable no sólo en la urnas, sino tomando la calle. Esta mentira es la que toca hoy combatir.

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