Habladurías

Fernando Taboada

Quemar antes de leer

06 de noviembre 2010 - 01:00

NO me creo nada. Dice que está asqueado con el escándalo que se ha montado a su alrededor, pero debería estar encantado de la vida. A Fernando Sánchez Dragó, que es un provocador de reconocida trayectoria y que además se gana la vida escribiendo libros, muchos lo quieren fusilar al amanecer por las cosas que cuenta en el último que ha publicado. ¿Qué más se puede pedir cuando se es un incendiario? Por cierto, lo de fusilarlo al amanecer lo digo en sentido figurado, que últimamente hay que ir con pies de plomo a la hora de expresarse en público. (Lo de los pies de plomo también va en sentido figurado.)

Que a un escritor lo quieran fusilar al amanecer no es ninguna novedad. A algunos incluso llegaron a acribillarlos realmente a tiros en otras épocas, pero como hoy no sé yo si estaría demasiado bien visto eso de recuperar el paredón, se emplean otros métodos de linchamiento. Tradicionalmente a los escritores se les persiguió por rojos, o por maricones, o por ser a la vez maricones y rojos, o por falangistas, o por ateos, pero ahora que no estaría bonito acosar a nadie por estas razones, habrá que buscar otras. Pederasta, por ejemplo.

Lo que pasa es que estos tiros suelen terminar saliendo por la culata y que Dragó, a cambio de ser acusado de pederasta por contar en un libro lo fácil que resulta en ciertos países llevarse a la cama a un par de adolescentes, verá multiplicarse las ventas de su obra. Si no, al tiempo. Con todo, lo preocupante no es que Dragó venda más o menos ejemplares de sus libros, sino que los guardianes del Bien vuelvan a salir de sus agujeros para pedir la cabeza de los que no comulgan con su doctrina oficial.

A Dragó, que como novelista no está ni siquiera entre mis quinientos favoritos, sí que lo tengo por uno de esos agitadores que resultan indispensables, más que nada para que las opiniones de este país no se reduzcan a las salidas de tono de esa que llaman la "princesa del pueblo" y que, diciendo simplezas por la tele, no hace más que añadir un poco más de caspa a esta España ya de por sí bastante cateta.

Los libros son peligrosos y dicen cosas que la gente "no debe saber" (odio usar comillas, pero hoy es necesario.) Sin embargo, persiguiendo a sus autores, nadie va a evitar que los leamos. Por eso me he sumado a los que están apoyando a Dragó mediante un manifiesto contra la quema de libros. Ya lo han firmado personalidades tan dispares como Albert Boadella (que algo entiende de censuras desde que su compañía de teatro empezó a ridiculizar a los poderes fácticos), filósofos como Savater y poetas como Luis Alberto de Cuenca, Benjamín Prado o Juan Bonilla. En fin, gente bastante sospechosa. Sospechosa, por lo menos, de defender la libertad de expresión. Eso sí, cuando lo hice, me pregunté lo que iban a tardar en acusarme por firmar manifiestos a favor de la pederastia. Dos minutos para ser exactos.

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