El infantilismo social que padece Occidente se revela estos días en modo de humillación genuflexa patrocinada por la causa antirracista, antifascistas y puritanos defensores de las mal llamadas minorías, pues todas juntas tienen arrinconada a la mayoría. El emotivo fenómeno Floyd es un nuevo capítulo en el intento de enmienda a la totalidad de nuestra cultura. Las manifestaciones nada espontáneas que ignoran con el aplauso unánime la distancia social son el resultado de otra oleada de esta vieja pandemia revisionista. Las mentes puras del revisionismo inane celebran la hemorragia de idiotez colectiva que igual derriba una estatua de Colón que consigue que una plataforma digital retire una obra maestra del cine porque la considera racista. El Tribunal Supremo de esta aburrida corrección nos cansa con cientos de expedientes que dictaminan lo que está bien y lo que es un atentado a la dignidad humana bajo el prisma de su estrechez moral. Da igual que lo enmendado sea una idea, un hecho histórico o una obra de arte. En nuestro país, este fenómeno cala hace años con éxito inusitado. Son los que creen que la Hispanidad es una desgracia genocida, la Reconquista una injusticia multicultural o la Inquisición el mayor crimen religioso de la humanidad, los que enarbolan su bandera pero se enojan si otros ondean la que ellos desprecian acusándolos de acapararla, los patrocinadores de la memoria selectiva que retiran honores y calles en nombre de una dignidad democrática que ellos ya se encontraron hecha olvidando que nuestros padres se avinieron en concordia, los que acusan a los demás de sus fantasías distópicas y quieren cambiarlo todo con la excusa de no dejar a nadie atrás, los que en nombre de la libertad nos quieren menos libres y han declarado la guerra a nuestro modo de vida. Y lo peor es que van ganando.

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