Manuel Fernández García-Figueras
Sherryzanías
YA todo el mundo acepta que no estamos en el verano de la desaceleración sino de una auténtica crisis. Crisis de la buena, sin remilgos y así como nos vamos a creer lo que el otro dice o lo que la otra opina, a sabiendas de que todo el mundo sigue siendo el listillo que, engañando, se lleva el gato al agua.
Crisis de las emociones, de los abrazos desinteresados, de las miradas cómplices, de las verdades enteras y no a medias. Crisis de sentimientos, de los de que ponen los vellos de punta ante el llanto de un crío o ante el gemido de una garganta. Crisis de principios, que han acabado ahogados por el todo vale, el caiga quien caiga, el pese a quien pese, y el sálvese quien pueda. Crisis de autenticidad del sentido común para tomar decisiones para que algo funcione. Crisis del cuidado de los hijos hacia sus mayores, crisis de dedicarse a hacer cosquillas, crisis de besos ante tanta playstation, crisis de la piel desnuda ante tanto tatuaje, crisis de pezones calientes ante tanto piercing de acero, crisis de parques ante tanto hormigón armado, crisis de buena gente ante tanto desalmado.
Crisis de canciones del verano, crisis de triunfitos que de verdad sepan cantar, crisis de libros para la playa, crisis de obamas que sean capaces de ilusionar, crisis de chavales elegantes y educados. De gazpachos con sabor, de un buen guiso de conejo campero, de freidores, de camarones de los de la Isla, de matas de romeros de olor profundo, de toreros gitanos, de futbolistas agraciados con la mano de Dios, de sacerdotes obreros, de sindicalistas sinceros, de alcaldes entregados, de ejecutivas no sectarias, de miembras en la buena onda. Incluso asistimos a la crisis del flamenco, aflamencado y del vino fino que ya se sirve con hielo y en vaso largo.
Crisis internacionales, provinciales, comarcales, locales y hogareñas. Crisis de la verdad, de los que leen estas cosas y se hacen los suecos. De los que no estamos en crisis porque no nos creemos que podamos estar así…
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