Opinión

Beltrán Peña Hernández

Rompiendo una lanza por Antonio Agujetas

Se cumplen cuatro años de la última actuación oficial del cantaor jerezano en su tierra

Antonio Agujetas y Domingo Rubichi.

Antonio Agujetas y Domingo Rubichi. / Beltrán Peña

Si suena el nombre de Antonio de los Santos Bermúdez (1962), el público flamenco generalista pensará en un cantaor de Jerez. Para el aficionado que busca algo más allá, es la insignia clave de la tercera generación de los Agujetas. La pasada década dejó a su espalda una colección de triunfos en multitud de peñas y eventos (Peña los Cernícalos y la Bulería, Fiesta de la Bulería, Guarida del Ángel, Viernes Flamencos, etc) divulgando su cante y siendo habitualmente reclamado por la audiencia jerezana, que fue recompensada con la grabación del disco Por nuestro bien en 2017.

En la recta final de 2018 un pequeño grupo de seguidores de Antonio se puso de acuerdo para concertar una reunión privada o cuarto de cabales. Tal evento con este intérprete referencia era un aliciente catártico para cualquier admirador, motivado por la incipiente merma de fechas que se daba en aquel momento. El primer encuentro íntimo quedó concertado en el mes de septiembre. Dicha reunión se celebró en Jerez y regó de satisfacción tanto a aficionados como al cantaor, siendo el tocaor Vicente Santiago el encargado de acompañar el cante en el bar ‘Las Rejas’. El grupo estableció semejante vínculo que su dinámica propició otra junta casi consecutiva que se celebró en ‘El rincón del arte’. En este punto temporal se plantó la semilla que germinaría dos años más tarde.

Iniciado el 2020, Alberto San Miguel relevó a Vicente Santiago. Este reencuentro profesional con quien fue su tocaor en el pasado desencadenó un recital en la Peña Flamenca Torres Macarena, en el cual Antonio salió victorioso haciendo alarde de fuerza y conocimiento con su repertorio. Desdichadamente, el calendario de recitales pasó de ser reducido a quedar obsoleto con el inicio de la pandemia mundial en marzo del mismo año. Nuestro protagonista quedó sin poder cantar a su séquito incondicional, sin ser escuchado ni comprendido y sin la acción-reacción del cante-desahogo necesaria e intrínseca en él. El confinamiento lo apartó de su motivación más liberadora.

Una vez levantadas las restricciones, se retomaron las operaciones para futuras reuniones. Sorprendentemente durante la pandemia, el que fue un círculo cerrado de amigos creció en número, dando lugar a un grupo creado únicamente para el cantaor en una conocida app de mensajería instantánea. Puesta en marcha La siguiente reunión se produjo a final de septiembre de 2020, a pesar de que las condiciones no eran favorables por la situación mundial. Por suerte se solventaron las dificultades y se designó la finca ‘La Volandera’ como ubicación para el concilio, acertando en espacio y tiempo, primordiales para un recital de esta categoría. Antonio ofreció una muestra de cantes y variantes de máxima exigencia para cualquier cantaor, sorprendiendo las seguiriyas de Cagancho, Tío José y Juan Junquera.

Uno de los encuentros con Antonio Agujetas, en la Yerbabuena. Uno de los encuentros con Antonio Agujetas, en la Yerbabuena.

Uno de los encuentros con Antonio Agujetas, en la Yerbabuena. / Beltrán Peña

Quien haya escuchado en distancias cortas este tipo de cantaor, puede afirmar que el cante sufrido produce expectación e incertidumbre. La entrega total asumiendo el riesgo da lugar a momentos inesperados de pasión, de puños y dientes apretaos, lejos de todo raciocinio. Incluso el roce de voz en un tercio llega a tener connotaciones artísticas y emocionales. No obstante, tropezar puede ocasionar que Antonio se reponga y consiga elevar el umbral de transmisión, demostrando una asombrosa capacidad de recuperación, luciendo una magnitud cantaora diferencial capaz de descubrir rincones inexplorados por la psique de los que lo presencian. ’’El cante de Antonio es como una herida abierta. Cuando tú tienes una herida abierta no se puede cerrar y todos los días te duele’’ explicaba visiblemente conmovido Eduardo García Gutiérrez ‘Platero hijo’ al concluir la velada en ‘la Volandera’. La fortuna (o desgracia) es el punto de inflexión que provoca en el oyente sensible y receptivo: nunca más volverá a conformarse con un cante de rango espiritual menor.

En la figura de Antonio se han vertido muchas comparaciones con sus predecesores. Hay quien defiende que se parece más al abuelo que al padre a la hora de cantar, sin considerar sus matices propios. La manera de articular las manos y los gestos faciales durante la interpretación del cante son ejemplo de sus aportaciones dramáticas, sumadas a la vida que forjó en él un eco ensimismado en la queja, el llanto y la tragedia. Esas características no impiden afirmar el compromiso con su dinastía: relevar el legado y defenderlo, haciendo triunfar al ‘’Viejo Agujetas’’ como transmisor cultural.

Cuando la pandemia aminoró, la actividad cultural de espectáculos se recompuso progresivamente hasta alcanzar la normalidad. Pese a ello, Antonio quedó apartado y excluido del calendario de manera inexplicable en su propia ciudad.

A final de 2022, la Peña Flamenca la Zúa le concedió una fecha, surgiendo el optimismo entre sus devotos. Nuevamente, apareció el infortunio, esta vez en forma de indisposición, impidiendo que el recital se realizara. Según el miembro del grupo José Luis Márquez, “Antonio, tras el percance sufrido, se encuentra en un momento dulce: recuperado y con ganas de cantar’”.

Testigo de ello fue el grupo asistente a la última reunión íntima en el ‘Centro Social la Yerbabuena’ el 25 de marzo del presente año. El poder de convocatoria del cantaor congregó aficionados de diferentes zonas del mapa andaluz, que acudieron con entusiasmo. Aunque el calor de la cercanía es gratificante, no comprenden el ostracismo oficial. “Jerez no sabe el cantaor que tiene”, comentan Juan Montero y Dolores Ojeda, un matrimonio que sigue la estela del artista desde hace más de 20 años. El jerezano dio de nuevo una lección magistral, inmerso en un microcosmos de total distensión y comunión acompañado de su primo Domingo Rubichi. Exhibió una calidad constatable en cada uno de los cantes ejecutados (cabales, tientos, soleá, fandangos, malagueñas, bulerías pa’ escuchar, seguiriyas y saeta) con gran control de medición y facultades. De forma ritual brotaron lágrimas durante los tientos y la seguiriya de cierre de Farrabú. La saeta de Manuel Torre como culminación puso automáticamente a todo el mundo en pie.

Llama a la reflexión la insignificante trascendencia mediática en el universo flamenco, paralelamente se extingue a cuentagotas una manera de cantar ante la indiferencia de instituciones y parte de la afición. Antonio es un símbolo del cante verdadero y la lucha ininterrumpida por la vida. En contraposición a la deriva actual, la labor del grupo se mantiene firme, pensando en la siguiente ocasión. Jesús López (presidente de La Zúa) ofrece una determinante e imperiosa reivindicación para el futuro: “A Antonio hay que arroparlo y mantener viva la llama para que no se apague”. Es precisa una toma de conciencia general para que la situación se enmiende, tome otro rumbo y se reincorpore el cante de Antonio a la programación flamenca jerezana.

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