La tribuna

Abel Veiga

Rusia busca su sitio

EL viejo oso ruge. Tiene hambre. Hambre atrasada. Voracidad de poder. Ambición territorial. Recomponer la vieja partitura en nuevos pentagramas con grafías sin embargo bien conocidas. Jerarquía y seguridad, miedo y espionaje hasta la obsesión. Espejos rotos, pasados efímeros que algunos tratan de reescribir. Vladimir Putin alienta esa hambre. Autoritarismo político, apenas ideológico. Rusia no es una democracia, no es una democracia homologable a las que sólo lo son y deben ser referencia. Una mezcla de sentimientos interesados, autoestima y nacionalismo que actúe como argamasa mientras una oligarquía reducida y fiel, cual acólitos acríticos, amasa una ingente fortuna. El tándem Medvédev-Putin lleva década y media trazando el compás impertérrito de una nueva Rusia que aspira a alcanzar viejas reminiscencias de un poder y una época donde era actor global. Anexionismo, expansión, ausencia de respeto absoluto a las normas de derecho internacional, algo normal sin embargo en prácticamente todos los países cuando sus intereses están en juego, y un falso victimismo trufado de ortodoxia religiosa y abrazo a monasterios, monjes y nacionalismo ruso, alimentan el revisionismo de Putin. Lo hemos visto y lo estamos viendo en Ucrania, en Crimea, en Donetsk, en Lugansk.

Qué papel juega Rusia en el escenario internacional y qué papel quiere Putin jugar en él se erige en un interrogante oportuno. Del acercamiento a la Europa de Schröder, Chirac, Berlusconi, al distanciamiento más frío y sórdido con la excepción germana y los intereses del gas particulares. Busca su espacio y define una estrategia que se le puede ir de las manos. Juega con el azar, con los intereses y con el desarrollo propio de los acontecimientos. Mueve los hilos entre el silencio y la astucia, las manipulaciones y las medias verdades. Analiza, estudia, se anticipa y actúa. La ambición ha hecho el resto. Hasta que el vuelo MH17 fue derribado por un misil por, presumiblemente, los separatistas rusos de Ucrania. Pronto Estados Unidos apuntó al Kremlin. Sanciones en un principio informales y estéticas dejan paso a un ir y venir de desencuentros y boicots que bloqueen económica y financieramente al país. Es el comienzo de un hielo glaciar que no sabemos en qué acabará. El oso se resiente. Su grito es más fuerte.

Rusia y Eurasia por contraposición a la Unión Europea. La aborrece, la detesta, cercena el poder ruso. La ambición rusa. Putin está dolido hacia Europa. La otra Europa, la que ha osado adentrarse ahora en los viejos corazones eslavos y que ha arrastrado y arrastrará a Kiev. La caída del títere Yanukovich ha sido una bofetada en toda regla. Injerencia, desestabilización y anexión de territorios envueltos bajo la vieja y emotiva bandera de San Jorge han hecho el resto. Cierre de fronteras, de recursos, de energía como presión amén de apoyo indisimulado a los rebeldes prorrusos y que serán arrinconados y dejados al margen más pronto que tarde por el propio Putin. La jugada es errónea pero tratará aún de sacar provecho.

La frontera postsoviética. Todo se precipita, se sucede a velocidad de vértigo. Rusia ha reaccionado en Ucrania de la forma más errónea posible. Primero el tacticismo. Luego lo encubierto. Después la caída de la máscara. Sentimientos e intereses, cultura y etnia. Tensión y alto voltaje. Flota rusa y gas. Y el puzle está concluido. Rusia sabe que la partida se gana por los hechos. La audacia de la brutalidad y la irrelevancia de toda ilegalidad internacional. Sabe que nadie hará nada. Ni EEUU ni una inoperante y tremendamente errática UE hasta que un avión con 300 personas es derribado. El jaque ruso, amén del órdago encubierto en cientos de soldados sin identificar esparcidos por toda Ucrania hacen la guerra.

Los hechos se precipitan por momentos. Hechos concluyentes, la diplomacia fáctica, la que gana tiempo y espacio en base al silencio elocuente y la violencia armada. La sensación de vacío y falta de estabilidad está latente a cada instante. Todo puede pasar, y todo depende de las reacciones. Kiev no puede hacer nada. Máxime cuando Rusia no respeta la integridad territorial ni las decisiones del propio pueblo ucraniano. Violación territorial, soldados armados en otro país y apoyo a separatistas cual mercenarios. Soldados rusos propician una escalada prebélica. Siempre se ha dejado hacer al zar que sueña con restaurar el pasado efímero, el espacio y el tiempo. Frialdad y cálculo. Oligarquía de poder económica que manda y dirige el país. Corrupción y miedo. Pero no son los tiempos de Catalina la Grande. Son los tiempos de Putin que juega y presiona, amenaza y actúa. El de la ambición y el esperpento. Amenazan con aislamiento a Rusia, sanciones, y el oso se revuelve y hace lo mismo. Las empresas europeas se quejan. Intereses comerciales.

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