¡Qué viva México!

Manolo Romero Bejarano

¿Tequila o mezcal?

NO voy a beber -dijo el cónsul parándose en seco- ¿o sí? De cualquier modo no será mezcal. Claro que no, la botella está justo allí detrás de aquel arbusto. Recógela. No puedo -objetó-. Está bien; tómate un solo trago, sólo lo indispensable, el trago terapéutico: tal vez dos tragos. ¡Dios! -dijo el cónsul- Y luego puedes decir que no cuenta. No, en efecto. No es mezcal. Claro que no. Es tequila...

Al igual que el atormentado personaje del cónsul creado por Malcom Malcom Lowry, México se debate entre el tequila y el mezcal. En sus cristalinas aguas han naufragado miles de personas, pero también han servido para que en ella naveguen grandes literatos y las voces más profundas y tristes que nadie jamás oyó.

Tómese otra botella conmigo. En el último trago nos vamos, pero mientras le contaré que ambas bebidas salen del agave, una especie de pita que tapiza grandes extensiones de la tierra mexicana. Un jimador la pela con una cuchilla gigante y el corazón de esta planta se asa, después se muele y ese zumo se destila. Luego se mete en barricas. Según el tiempo que permanezca ahí, será reposado o no. La diferencia estricta entre tequila y mezcal está en el tipo de agave que se utiliza y en el porcentaje el mismo presente en la bebida. También cuenta la elaboración, que en el mezcal siempre es artesanal y en ella pueden utilizarse animales, como el célebre gusano. Cada variación, añade un matiz diferente al sabor de la bebida.

Y ahora usted me dirá, ¿qué más da el sabor de la bebida, si el tequila se toma de un tirón? Es verdad que en nuestro país se ingiere como si fuese un purgante, mezclado con sal y limón, con un resultado en el estómago similar al de un puñetazo. En México, tequila y mezcal se toman con tranquilidad. Primero se mete un grano de sal en la boca, moviéndolo por todas partes para que se impregne bien. Luego se empieza a beber, con calma, saboreando el licor que, aún siendo fuerte, tiene su paladar. De cuando en cuando se muerde una lima (no un limón) si se bebe tequila, o una naranja impregnada en chile molido si se toma mezcal.

Además, si se bebiese de un trago no habría bares para tomar, o serían como las gasolineras, cuando en México los bares son monumentales. Del lounge mega trendy de Coyoacán al local lleno de frescos sobre los olmecas de Oaxaca, del lujoso club de Puebla (con Mariachis y sirvientes por doquier) a la mezcalería del DF que parece una farmacia en la que el dueño sirve el mezcal según le duela a uno. Por lo general, me encantan los bares, pero los de México tienen su encanto especial, y, claro está, su punto bizarro, pues en la mayoría aparece un señor con un aparato con dos agarraderas por las que, previo pago, te dan una descarga eléctrica. ¿La gracia?, pues donde dijimos, como las avispas.

Una experiencia inigualable es visitar Tequila, porque Tequila es un pueblo. Uno se monta en el Tequila Express en la estación de Guadalajara y empieza la fiesta de la mano de José Cuervo. Mientras surca los campos de agave, se toma tequila, bien sólo o en combinado. Cuando se llega al destino, uno está ya como está y allí continúa la juerga, que recorre las calles montada en una suerte de autobús-barrica que parece sacado de Los Autos Locos. En la destilería, una explicación detallada y ríos de alcohol. Uno no sabe cómo termina la jornada, pero se da cuenta de que algo raro pasó cuando descubre en la habitación del hotel una bolsa con bombones llenos de tequila, un cuervo de peluche, vinagre de agave y varias botellas (de tequila).

Le dejo con la resaca, recomendándole de manera encarecida que el próximo tequila se lo tome despacio y si encuentra un bar con mezcal, no lo dude y pídase uno.

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