las mentiras del barquero

Jesús Rodríguez

Tierras felices

06 de marzo 2016 - 01:00

CUALQUIERA diría -dije- que es un hombre feliz. Siempre de punta en blanco y con esa sonrisa que yo creo que no se le va ni mientras duerme. La ruina no parece haber mermado ni un gramo de su alegría. Qué suerte ese regalo de ser feliz que le ha hecho la vida.

Le hablaba a don Juan Tapia y me refería a Hernán Pimentel, que acababa de pasar delante de nosotros, saludándonos con una sonrisa y el gesto de tocarse el ala de su sombrero. Era un hombre de espíritu elegante. Cada vez que hablaba con él me venía a la cabeza la frase de Jacobo I de Inglaterra: "Yo puedo crear un lord, pero solo Dios puede crear un gentleman". Lo suyo no era cuestión de nobleza de sangre; sus hermanos llevaban la misma que él en las venas y carecían de su finura espiritual.

-Creo que se equivoca -respondió don Juan-, la felicidad no es un regalo de la vida a algunos hombres, sino un instinto que todos tenemos tan básico como los de supervivencia o reproducción. Prueba de ello es que la infelicidad la somatizamos en enfermedades: ansiedad, depresión… muchas.

-Un instinto humano -repetí-. Nunca lo había oído. ¿O sea que la felicidad no es un concepto, sino algo material?

-No exactamente -respondió él-. He leído que la felicidad es un estado emocional activado por el sistema límbico de nuestro cerebro más primitivo, el reptiliano. Al parecer, sobre esta parte del cerebro la voluntad no tiene mando: de nada le sirve al hombre empeñarse en la búsqueda de la felicidad… Aunque le diré que yo no estoy de acuerdo, porque creo que ser feliz es también un acto de voluntad: para ser feliz, lo primero es querer serlo.

-Desde luego que sí -repliqué-. Lo que está claro es que desde siempre los hombres hemos andado a la búsqueda de tierras felices. Me estoy acordando de la Atlántida, de Platón; las "Insulae Fortunatae", de Plinio… O incluso aquí al lado, esa tierra a la que se refiere ese personaje de Plutarco, Sertorio, que dice haber tratado con unos marineros procedentes de la desembocadura del río Betis que aseguraban que en su tierra los árboles producen frutos de los que se alimentan sus habitantes, gente de vida holgada y dispensados de trabajos y de penas… Ya quisieran los sanluqueños que la cosa siguiera igual.

-Así es -dijo don Juan con una sonrisa-. Esa otra parte de nuestro cerebro que podríamos llamar "más humano", el neocórtex, se las ingenió desde siempre para convencernos de que existen lugares en este mundo en los que la felicidad campa a sus anchas. Usted ha señalado tres, pero hay muchos más. Sin ir más lejos…

-La Jauja que cuenta Lope de Vega en El Deleitoso -le interrumpí-.

-Por ejemplo -respondió él-. Cuenta por boca de uno sus personajes que en ella se azota a los hombres por trabajar; que la cruzan dos ríos, uno de miel y otro de leche; y que entre ambos se alza una fuente de mantequilla encadenada de requesones… ¿A que se le hace la boca agua?... Pero no acaba la cosa ahí, sino que cuenta que las calles están empedradas con yemas de huevo, que de las fuentes manan vinos generosos y que por todos lados hay manjares suculentos.

-La gloria -repliqué yo-. Ojalá estuviésemos ahora allí. ¿Se imagina que en lugar de pedir otras dos copas de amontillado al camarero fuera suficiente con cruzar la calle y llenar nuestros catavinos en el chorro de esa fuente?

-Pues sí -respondió él-. En cualquier caso le confesaré que de todas las tierras felices que se cuentan en los libros yo elegiría para vivir esa de Pipiripao que cuenta el pícaro Estebanillo González. La compara en riqueza al Dauphiné francés, que entonces se consideraba un emporio de riqueza. Dice que allí los ríos son de miel y los árboles producen tostadas. Ahora, lo que hace que la prefiera sobre todas demás las tierras felices que cuentan los libros es que se afirma que allí se sirven comidas exquisitas a cada momento y que no hay que trabajar. Cómo será que Pipiripaos ha pasado a ser sinónimo de gran banquete en nuestra lengua. Así aparece en unos versos de la comedia "El rey Enrique El Enfermo", que… Espere, voy a buscarlos en internet porque tienen toda la gracia.

Anduvo unos momentos manipulando su móvil y al fin sonrió satisfecho, diciendo:

¿Pipiripaos? No me suena:

no es castellana essa voz.

Mucho adulteran la lengua

¿Qué es Pipiripaos? Assi

lo llaman quando por rueda

se van haciendo convites.

-Pues tiene razón, don Juan -respondí yo con una sonrisa- está claro que no hay nada mejor en el mundo que una buena comida compartida con un grupo de amigos.

-Se equivoca -me interrumpió con una sonrisa que ni la de don Hernán Pimentel-. Eso es lo segundo mejor. Tener amigos con quien compartir una buena comida sabrosa es estupendo, pero todavía lo es más tener a alguien que friegue después los platos.

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