Estos alimentos

Mi hija de trece años ha escrito un cuento solidario: lo corto y lo pego aquí y ganamos todos

Mi hija Carmen, 13, ha escrito un cuento solidario para un concurso. Resulta que no ha ganado. Me extraña, pero me alegra. ¿Porque sospecho mucho de los premios literarios? Sobre todo, porque lo copio aquí y así ganamos todos:

Toda la Tierra temblaba terroríficamente. Cuando creíamos que era el fin, paró. Salimos al jardín en busca de luz y aire. Estaba lleno de unos bichos de cabeza grande y color azul. ¿De dónde habrían salido? No se querían acercar a nosotros, los humanos. Cuando dábamos un paso hacia delante, ellos daban tres para atrás. Como sus piernas eran tan chiquitas, con un paso nos acercábamos bastante, y terminamos cogiéndolos.

Los llamamos Shesmlims, en homenaje a los duendes de Shakespeare mezclados con la película de los Gremlins, aunque para abreviar se les decía Shemis. Los humanos les transmitimos una grave enfermedad desconocida. Las calles pronto se llenaron de solidarios manifestantes pidiendo ayuda para estas pequeñas criaturas. Todos los países se pusieron de acuerdo y dejaron las disputas para ayudar a nuestros nuevos amigos.

Hubo grandes concursos con premios generosos para quien encontrase una cura. A pesar de tantas ideas, tanta inversión y tanto estudio, nadie pudo encontrar la cura. Las vacunas eran obligatorias e inservibles. Ya era desesperante. Varios millones de personas nos habíamos hecho voluntarios de ONGs y hospitales. Un biólogo molecular llamado Juan García vino a nuestra ONG y pidió voluntarios.

Descubrió que la enfermedad provenía de la comida. Si comían verduras, se ponían verdes y a los pocos días morían. Si comían carne, se ponían rojos y, aunque más tarde, también fallecían. Si comían cuches se ponían rosas y morían de un golpe de azúcar. Si comían platos combinados, les salían lunares multicolores y terminaban mal. Sólo había unos que quedaban intactos, con el azul cielo original, aunque comieran cualquier cosa.

Juan les investigó y descubrió que la única diferencia con los otros era que nuestros voluntarios, antes de darles de comer, bendecían la mesa. Juan, que era ateo, descubrió que la cura era bendecir los alimentos. Estaba muy sorprendido, pero supuso que los Shemis tenían un gran corazón que necesitaba rezar y dar gracias.

A partir de entonces los Shemis viven entre nosotros largo tiempo de un azul sublime. No olvidaremos cómo ayudarles nos agrandó el corazón y, sobre todo, todo el mundo empezó a bendecir la mesa.

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