Violetas y babuchas

Begoña García / González-Gordon

El árbol de la llama

17 de diciembre 2010 - 01:00

VOY por calles cuajadas de árboles de navidad de cartón piedra, pero otro árbol muy distinto ocupa, engalanado, mi cabeza.

Lo llaman "flamboyant", o sea, resplandeciente. Y es verdad que resplandece. Le dicen también el árbol de la llama y los entendidos DELONIX regia. Es regio indiscutiblemente. Su tronco es gris y algo áspero; pero eso no importa, el tronco ni se mira.

La copa es aparasolada según los libros de botánica; bueno, eso, vale. También se habla de que su floración, color rojo intenso, es espectacular. Lo siento, no estoy de acuerdo.

Espectacular sí es, desde luego, pero de rojo nada. Las flores que abarrotan el árbol posadas sobre las ramas, no pueden llamarse rojas, ni siquiera coloradas. Pero naranja tampoco. Son del color de las brasas, del rescoldo del fuego, del mismísimo color de la candela. E incendian el árbol como una llama, aunque no queme.

Lo conocí en la India, allí había muchos. Aparecían todo el tiempo, cuando menos los esperabas. En el doblar de una esquina, al fondo de cualquier calle, escoltando una fachada. Toparse con uno era toparse con una visión magnífica, con una navidad inesperada.

Quise poseerlo, regalarle a mi jardín aquella llamarada, alumbrarlo con aquel incendio de ascuas, y me traje unas semillas.

No nacieron. -Tienes que reblandecerlas primero metiéndolas en agua- me habían dicho. Lo hice. -Necesitan mucho sol- me aconsejaron también. Sol tuvieron. Pero nada. Algo hice mal, o puede que mi jardín, como hogar, les resultara frío. Ya me lo habían avisado, -Son semillas que necesitan calorcito permanente.

Supongo que la India, lo que pretendió, fue que sólo me trajera su recuerdo. Como diciendo: -Déjate. Si quieres llevarte algo, tienes que llevártelo dentro de la cabeza-. Allí me lo quedé, allí lo tengo, resplandeciente. Como un árbol de navidad sin fecha pero de luces perennes.

Todavía tengo mi casa sin adornar. No he sacado el espumillón ni puesto el nacimiento, qué atrasada. Menos mal que el árbol lo tengo en la cabeza. Es el árbol de la llama.

Se plantó allí el solito sin tener que desembalarlo, con sus flores del mismísimo color de la candela.

Ahora, como la palmera, sólo necesito al viento. O una brisita aunque sea, que reavive el rescoldo de mis candelas.

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