El populacho (eso que ahora llaman clase media) pasó el fin de semana entretenido con la boda entre el alcalde de Madrid y Teresa Urquijo. Con esa mezcla de curiosidad, envidia, admiración, petimetrismo, rencor social, desprecio, polarización política y cotilleo que marcan los comentarios sobre cualquier evento de cierto caché, los españoles formaron dos grupos irreconciliables para tirarse el arroz a la cabeza y alabar o desmerecer un enlace matrimonial que, qué quieren que les diga, cuenta con mi simpatía por una sencilla razón: se notó el amor entre los dos novios (y siento sinceramente esta bomba de azúcar en el inicio del artículo). Como dijo Pablo: “El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”.

Modelitos y presencia del Rey emérito (que Dios guarde) aparte, ha sido muy criticado un vídeo en el que novios y padrinos bailan un chotis con comprensible torpeza. Una de las muchas humillaciones a la que los contrayentes se ven sometidos durante cualquier boda es el baile inaugural de la barra libre. Lo clásico es un vals, aunque también se admiten otras variantes más castizas y patrióticas (pasodobles, sevillanas y, por lo visto, también el chotis). Son danzas que los contrayentes suelen ejecutar agarrotados y con una mezcla de diversión y vergüenza, que los invitados jalean con mayor o menor sinceridad. Pero en cualquier caso, es un rito pensado para ser contemplado por los que están sumidos en el contexto de la boda, con sus copas de más, sus atuendos noveleros (sobre todo ellas) y sus almas enardecidas por la primavera y el amor. Si lo sacas de ahí, si se contempla en una pantalla de móvil en el sofá del domingo, todo es surrealista e, incluso, ridículo. Para la Historia, el periodismo y las bodas el contexto es muy importante.

Aparte está la saña con la que se han criticado algunos modelitos u outfits, como se dice ahora (en otros tiempos más afrancesados y elegantes se les llamaba toilettes). Es curioso cómo aquellos que están todo el día defendiendo el derecho a la diversidad y el respeto a los diferentes, luego cubran de improperios a una señora del Barrio de Salamanca porque se ponga un floripondio o un platillo volante en la cabeza. Es decir, por no compartir su pobre universo estético. Claro está que eso tiene lógica e incluso gracia (según el comentarista) si se hace en una conversación privada, pero cuando se eleva a contenido periodístico, por muy “exclusivamente digital” que se pretenda, nos delata una práctica profesional muy pobre y averiada.

Y nada más quiero decir del bodorrio. Solo desearle lo mejor a los novios, una vida repleta de perdices escabechadas y una abundante descendencia. Y, sobre todo, que no le hagan mucho caso a esta plurinación de cotillas.

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