Los otros bofetones

En esta sociedad posmoderna y puritana ya no se estilan estas reacciones de un refinado matonismo como de cine clásico

Le escuché en cierta ocasión a José Luis Garci, en uno de esos programas de radio que da gusto escuchar (las cosas de España, Cowboys de Medianoche, con más de veinte años en antena, sigue aún sin ser reconocido por el premio Ondas), que en el cine todo es mentira. Cuando parece en la pantalla que el día es soleado, en realidad está nublado; y cuando llueve sobre los protagonistas, fuera del estudio reluce el sol… Quizá por eso, cuando la otra noche aquel tipo subió al escenario de los Oscar para endiñarle al otro un bofetón como de película de James Cameron, todos creyeron que aquello era parte del show.

En esta sociedad posmoderna y puritana donde cada vez hay más zonas de sombra sobre las que transitar sin que te den el alto, ya no se estilan estas reacciones de un refinado matonismo como de cine clásico. Y es que quizá sea esta celebración de la industria del cine de Hollywood la más permeable a los designios de ese nuevo orden moral que sutilmente se va imponiendo. Hoy no todas las películas tienen la posibilidad de concursar si antes no cumplen ciertos requisitos, y las que resultan premiadas a menudo lo son por incluir mensajes o consignas, más o menos velados, que trascienden a la propia calidad de las cintas, por lo que, al final, no son pocas las que provocan la decepción de los (cada vez menos) espectadores cuando van a verlas a las salas comerciales. Como ocurre en otros ámbitos, da la impresión de que el cine comercial se aleja cada vez más de la cultura popular para recogerse en un cierto elitismo pedante y cursi, exclusivo y excluyente, de unos pocos privilegiados.

Por eso, yo cambiaba el bofetón excesivo por innecesario, aunque merecido, de Will Smith a Chris Rock, por otros bofetones, naturalmente metafóricos. Y empezando por los monólogos sin gracia pagados a precio de oro, seguiría por los diseñadores de vestidos imposibles que cada año se superan a sí mismos, por los actores como el jovencito que se presentó sonriente de smoking pero sin camisa para denunciar no se sabe muy bien qué, por esos discursos con tanto exceso de afectación como faltos de sinceridad. Porque una cosa es el estilismo sofisticado, incluso extravagante, y ese estar complaciente y excéntrico de quienes por méritos propios habitan el estrellato, y otra esa cansina cantinela que nos cae cada año por estas fechas de tanto aprendiz de apóstol de la modernidad.

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