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Estos son los datos: España se encuentra entre los veinte países más ricos del mundo, pero en contagios por coronavirus estaremos entre los tres primeros, igual que en número de muertos, y también vamos a la cabeza en sanitarios afectados. Algo falla, ¿no?, cuando hay tanta divergencia entre el nivel de prosperidad de una sociedad y su fracaso en afrontar una epidemia tan mortífera. Por no hablar de la crisis económica derivada y con vocación de permanencia: novecientos mil empleos destruidos en dos semanas. Un récord histórico.
Ni el mejor gobierno imaginable, el más sabio, capaz y valeroso, nos habría librado de la pandemia. El problema es de dimensión y gravedad: este Gobierno ha fracasado en limitar los efectos devastadores del virus. Por su propia concepción, génesis y composición. Se pactó en claves estrictamente partidistas y atendiendo criterios de cuota, género, necesidades orgánicas y hasta intereses familiares. Así salió: la mitad de los ministros apenas están cualificados para ser alcaldes de una capital de provincia, y no de las más populosas. Son activistas de diversas causas, no gestores de ninguna.
Ya ha sido mala suerte que el paradigma de esta ineptitud de origen haya tenido que recaer en el ministro de Sanidad. Salvador Illa ocupa este cargo porque es catalán y mano derecha de Iceta, y por ningún otro motivo. Gratificaba al primer defensor de Pedro Sánchez, tendía la mano a los independentistas aparentemente menos levantiscos y compensaba la presencia en el Consejo de Ministros del catalán podemita Manuel Castells. La vida ha castigado la frivolidad de este nombramiento (si lo prefieren los creyentes, el castigador habrá sido Dios, que escribe recto con renglones torcidos).
Salvador Illa tenía que hacer tres cosas ante una pandemia que jamás imaginó quien le había nombrado: atender las advertencias de la Organización Mundial de la Salud (que decretó la alerta internacional el 30 de enero y a primeros de febrero instó a comprar equipamiento para evitar contagios masivos), ponerse a comprar desde primera hora material de protección para el personal sanitario y test de pruebas, y centralizar y coordinar todos los recursos en manos de las comunidades autónomas. Sin discutir su dedicación y buena voluntad, el caso es que ha fracasado en los tres frentes.
No es sólo por eso, pero también es por eso por lo que España se halla liderando la cuenta espantosa de muertes, contagios y afección de personas que deben salvar a otras. Hacerlo tarde ha significado hacerlo mal.
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