Confabulario
Manuel Gregorio González
Lotería y nacimientos
Si fuera por mí, prohibiría el acceso libre a internet hasta los 15 años”. La frase no es de una madre desbordada ni de una tertulia alarmista. La recomendó la psiquiatra María Velasco en una conversación pública que tuve el privilegio de moderar este otoño. Lo dijo sin titubeos, con la serenidad de quien ve cada semana lo que otros prefieren no mirar.
Velasco fue tajante: el principal motivo de derivación a Psiquiatría en menores de 12 años ya no son las drogas ni los conflictos familiares, sino la adicción a la tecnología. Y añadió algo aún más incómodo: el pico de acoso escolar no está en la adolescencia, sino en primaria. A los 7 años. Con pantallas que adelantan conflictos para los que no hay madurez emocional ni herramientas de defensa.
La responsabilidad, como podemos intuir todos, no puede recaer solo en los menores. También es nuestra. De las familias, de la escuela, de los adultos que regalamos (felices) el último modelo de smartphone sin preguntarnos qué ven, a quién escuchan, a quién siguen. ¿De verdad creemos que el sentido común y el pensamiento crítico se entrenan solos en TikTok? Los propios estudios internos de Instagram lo demostraron hace tiempo: la comparación constante hunde la autoestima y la consecuencia clínica es un aumento del consumo de ansiolíticos y antidepresivos y un incremento de los suicidios. No es una opinión ni una alerta temprana: es una realidad asistencial.
Australia ha decidido prohibir que los menores de 16 años tengan cuentas en redes sociales trasladando la responsabilidad a las plataformas; en Europa, la mayoría de los países están ensayando medidas en este sentido; y, aquí, el Gobierno prepara un sistema de verificación de edad que ya ha puesto en pie de guerra a la industria tecnológica. La ecuación es clara: cuando se toca el acceso, se toca el negocio. Así que la rebelión de los gigantes de Silicon Valley seguro que es una buena señal de que algo va en la dirección correcta. ¿Suficiente? No. ¿Necesario? Así lo creo. Vamos a los matices. Educar, acompañar y alfabetizar es imprescindible. Pero no siempre basta. También se prohibió fumar en espacios cerrados y hoy nadie lo discute. Prohibir no es censurar: a veces es crear el marco para que la conciencia llegue después.
Crecer no es solo cumplir años: es tener tiempo, límites y adultos que se atrevan a decir no. Acelerar la infancia a golpe de algoritmos no la hace más libre, la deja más sola. Quizá por eso, en estos días de regalos y pantallas envueltas en papel brillante, convendría recordarlo. Atrevernos a decir no; también en Navidad.
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