Desde la espadaña
Felipe Ortuno
Treinta y uno de diciembre
Llevamos tres días comiendo de sobras y ya hemos vuelto a empezar. Haciendo cola hasta para comprar las uvas y con el frigorífico a punto de explotar. De Nochebuena a Nochevieja y todavía hay que dejar espacio para el Roscón de Reyes. Mi casa no será ninguna excepción. Lo sabemos, nos incomoda, pero ¡cuánto cuesta ser prudentes en Navidad! En España, alrededor del 10% de la comida preparada en estas fechas acaba en la basura y más de la mitad de los hogares reconoce desperdiciar alimentos. No es un dato nuevo, pero sí uno muy tangible que al menos nos ayuda a tomar medidas. Por solidaridad, por concienciación, cada vez somos más los que entendemos que tirar alimentos no es solo una cuestión doméstica, también lo es económica, social y ambiental. Y por eso hablamos de planificación, de aprovechamiento, de responsabilidad compartida.
Resulta increíble, sin embargo, lo inconscientes que somos con un despilfarro mucho más invisible: el que implica el uso de la Inteligencia Artificial. Estamos exprimiendo el planeta y ni nos damos cuenta. Comparto unos datos que aprendí hace unas semanas en un curso de IA en Acción: una imagen generada por IA puede implicar de 2 a 5 litros de agua; un texto breve, el equivalente a media botella y una sola consulta, un consumo energético muy superior al de una búsqueda tradicional en Google. Y aun así, ¿quién no tiene ya la app de ChatGPT en el móvil (para todo)? No lo vemos, no huele, no llena el cubo de basura. Pero ocurre.
La suma de millones de consultas, entrenamientos y centros de datos tiene efectos reales sobre redes eléctricas, consumo de agua y emisiones. Hasta el punto de que se están reactivando infraestructuras fósiles que dábamos por superadas y empieza a mirarse –literalmente– al espacio como próxima frontera energética. Figuras como Elon Musk, a través de proyectos ligados a Tesla y SpaceX, han planteado la energía solar en órbita como posible respuesta a una demanda de energía y computación que no deja de crecer. Y no está solo: actores clave del ecosistema de la IA como NVIDIA, junto a gigantes como Amazon y Microsoft, ya exploran escenarios que hace solo unos años parecían ciencia ficción.
Quizá el aprendizaje debería ser el mismo que con la comida: usar la inteligencia artificial cuando merece la pena, no por aburrimiento ni por inercia; pensar en la huella que deja, aunque no la veamos. No olvidarnos de que, en nuestro mundo, nada es gratis.
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