La esquina
José Aguilar
Solipsismo en palacio
Siempre he querido parecerme a esa gente que se marca propósitos para el año nuevo y va y los cumple. Dejar de fumar, adelgazar como un náufrago, correr media maratón y tres carreras populares, declinar eslovaco, no seguir siendo un imbécil. Esa gente que se agarra al mes de enero como si fuera un resorte que les mueve, impulsados por la fuerza de su voluntad, hacia objetivos muchas veces prescindibles pero tan aparentes. Esos que te miran condescendientes con una perfecta mezcla de misericordia, pena y pitorreo en el dibujo de sus labios, mientras tú te atascas apenas has recorrido los primeros metros de la cuesta. Pienso en ellos como en un ideal inalcanzable, aunque, para ser honestos, creo que nunca he conocido a nadie tan repelente.
En la escala evolutiva supongo que estamos un grado por debajo los que gastamos una voluntad del todo quebrantable, blandita y fácil de sobornar. Ni la celebrada irrupción del uno de enero con sus zapatos nuevos logra ungirnos de ese espíritu renovador tan necesario para afrontar, justo ahora que encima no es lunes, esos retos que uno mismo se tatúa. Este es un asunto que me traía ciertamente atribulado hasta que Paco Reyero -escritor, periodista, amigo y hombre sabio- me dio la solución: los propósitos de año nuevo son una entelequia, un yugo de la sociedad, un cebo de las revistas del colorín y el tardeo televisivo; lo realmente útil y a todas luces más razonable es plantearse despropósitos para el nuevo año. Por ejemplo, no pienso nadar con ballenas, ni con tiburones, ni siquiera con pijotas en 2026, no hay ninguna necesidad; renuncio a escuchar una canción entera de Bad Bunny y mucho menos un disco, así me maten; haré lo posible por no ir a ningún concierto de Leticia Sabater y me esforzaré para no leer el último premio Planeta; abandono la ocasión de pasar el verano en Écija; este año tampoco viajaremos a Chernobyl; definitivamente, dejo aparcadas las clases de ocarina que nunca llegué a comenzar; y me prohíbo no pedir asilo como mínimo tres o cuatro veces eh 2026 en La Manuela y el Bar Arturo.
Los despropósitos son todo ventajas. Pensadlo. Es otra manera de verlo, mucho más compasiva con uno mismo, una fórmula magistral para alejar la frustración y la melancolía a la que nos conducen las metas irrealizables. Esto sí se puede conseguir.
Además, no nos engañemos, el que llega imbécil a Nochevieja normalmente lo sigue siendo después de las uvas por mucho propósito que se ponga. Feliz e imperfecto año nuevo.
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