Una diferencia

A estos señores se les vota, no a pesar de sus crímenes, sino precisamente por haberlos cometido

A veces la actualidad adquiere un extraño relieve moralizante. Hace unos días, era el viejo asesino de los abogados de Atocha, don Carlos García Juliá, quien se quedaba fuera de las listas de Falange en Bilbao, por un defecto de forma. Ahora son los entrañables asesinos de ETA, siete en particular, quienes declinarán el cargo si salen electos el día 28. No es esta, sin embargo, una decisión exenta de malicia. Y ello por una cuestión elemental: porque los intrépidos matarifes de ETA renunciarán a lo obtenido legalmente, después de recordar el apoyo electoral del que gozan.

He aquí el relieve moralizante al que me refería. En la inmensa mayoría de los municipios españoles, nadie votaría a un señor tan poco recomendable como García Juliá, prestigiado inversamente con la sangre de sus víctimas. Acaso una minoría extremista e igualmente poco encomiable. No ocurre así en las villas donde Bildu presenta como candidatos a los viejos gudaris etarras. A estos señores se les vota, no a pesar de sus crímenes, sino precisamente por haberlos cometido. También en la Cataluña catalanista se da este tipo de singularidades, votando a los partidarios de la sedición, en mérito de su virtud sediciosa. Salvo en las ínsulas municipales o regionales donde el nacionalismo extiende su concepción mezquina y virulenta de la sociedad (llamar gudari, vale decir, soldado, a alguien cuyo único mérito es matar a personas indefensas, no deja de ser muy significativo); salvo en estos lugares, repito, en el resto de la municipalidad española es difícil imaginar este aplauso al asesinato o al fervorín golpista. Pero no por una tenue y delicada cuestión de rh, como quería don Xabier Arzalluz, sino porque hace mucho que el tedio democrático se instaló, felizmente, en casi toda España. El último sobresalto, en tal sentido, fue el vertiginoso folletín golpista que protagonizó don Antonio Tejero Molina en el Congreso. Y la verdad, no parece que, de presentarse a unas elecciones, los municipios acudieran en masa a sufragar su “hazaña”.

Son las pequeñas distopías xenófobas del norte quienes aún conservan su ominoso prestigio. El señor Torra fue presidente de Cataluña, no a pesar, sino gracias a su reiterado racismo, manifestado por escrito en numerosos artículos. Por su parte, los chicos entrañables de Bildu, antiguos matarifes de ETA, abandonarán el puesto después de celebrar su victoria. Y su victoria ya sabemos cuál fue. La victoria de las pistolas. El minucioso –y aplaudido– exterminio del disidente.

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