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Nacemos con libertad, pero no podemos hacer uso de ella hasta que llegamos a ser autosuficientes, eso que hemos dado en llamar 'adultos', o, si lo prefieren, independientes. La libertad la tenemos desde que somos humanos, es inherente a nuestra condición. Ser libres, actuar con libertad es harina de otro costal. Es como si tuviésemos un bocadillo en el morral, pero no pudiésemos, porque no nos alcanzan las manos, cogerlo para poder comerlo: tenerlo, lo tenemos, está en nuestro morral, sin embargo no lo podemos comer … aún. En el momento en el que descolguemos el morral de la espalda, llegaremos hasta el bocadillo con nuestras manos y podremos decidir lo que hacemos con él.
Antes de realizarnos en libertad para tratar de ser las personas que somos, hemos de aprender lo suficiente para manejar este momento, cuando llegue. Algo que en absoluto ocurre en todos los casos, pues son tristemente numerosos los que jamás alcanzan el punto de partida para comenzar a vivir la vida del único modo en que vale la pena ser vivida: siendo la persona que se es. Cualquier otro intento nace fallido, es muy posible que sus protagonistas nunca lo sepan, pero no por eso deja de ser un axioma incontestable. Y, que conste, aunque no lo parezca, que en absoluto somos dogmáticos: no defendemos ninguna verdad absoluta, defendemos el camino que la razón impone, y si, como seres humanos que somos, no nos atenemos a la razón, que es lo único que nos diferencia de todo lo que no es humano, no encontramos, por mucho que busquemos, alternativa entendible, lógica y asumible a la que atenernos.
Es evidente la posibilidad del desacuerdo, pero ya nos dirán, entonces las opciones factibles que se les puedan ocurrir, para intentar, lo haremos, creer en alguna de ellas.
Durante el período aprendizaje para ser humanos -que para muchos no acaba nunca y para otros muchos ni siquiera comienza- y poder al fin realizarnos como tales, lo más complejo, arduo y difícil de asumir es la continuidad: aprender a mantenernos en lo que es imprescindible mantenerse para poder, de modo pleno y efectivo, exprimir nuestra existencia del modo en que tenemos capacidad para hacerlo.
Por ejemplo: si nos enseñan a no robar, tenemos que aprender que no hemos de robar nunca. Si se nos dice que hemos de ser humildes, tenemos que entender que lo hemos de ser siempre. Si nos educan para ser leales, es imprescindible asumir que la lealtad no es de quita y pon: se es leal o no se es; si somos desleales no podemos ser leales, no se trata de un vestido que podamos ponernos hoy, quitárnoslo mañana y volverlo a usar al día siguiente. Las cosas no funcionan así, a pesar de que la ley del mínimo esfuerzo, la indolencia venenosa y contagiosa, la desagradable incomodidad de mirarnos al espejo y cantarnos las cuarenta, la pereza del alma, la desidia permanente, y la corrosiva pobreza de espíritu, se empeñen en querer convencernos de que sí son así, las cosas no son así.
No pretendemos insinuar que si caes una vez no puedas enderezar tú camino y rectificar, sabemos de la fragilidad humana y somos muy conscientes de la las debilidades que nos limitan. De lo que tenemos conciencia también es de que es absurdo, pueril, ridículo e inútil querer engañarnos a nosotros mismos. Caer caeremos todos, nadie se salva, está en lo imperfecto de nuestra condición, pero una cosa es fallar sin pretenderlo; no lograr lo intentado, a pesar de haber puesto todo el esfuerzo en ello; equivocarnos, sin hacerlo por pura molicie; y otra bien diferente caer en lo inmoral para beneficio propio, sin importar el perjuicio ajeno; dar lo malo por bueno; alterar principios; o confundir valores.
Tener presente la ética y procurar vivir de acuerdo a la moral, es inexcusable, no le busquen tres pies al gato. Lo conseguiremos, en medida aceptable, si nos empeñamos en ello, si no ponemos siempre por delante nuestro ego, si alcanzamos a ser plenamente conscientes de lo poco que sabemos y lo mucho que siempre nos quedará por aprender y conocer.
La vanidad es la peor forma de la estupidez. Lo difícil, lo más difícil, es saber insistir en la humilde continuidad de lo que la razón nos dice, sin ardides ni engaños, que está bien.
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