A nadie se le escapa la extraordinaria Semana Santa que estamos teniendo y que hoy Domingo de Resurrección culmina con la excepcional circunstancia en la que, según fuentes consultadas y exceptuando la pandemia del coronavirus, no tenía lugar desde el año 1954. Desde esa fecha no se vivía una Semana Grande del cristiano en la que todos los días, sin excepción, hubieran tenido incidencia meteorológica o hubiesen estado afectados por el ‘agüita de Cai’, como dice mi sobrino Ramoncito.

Una Semana Santa en la que no se ha librado ninguna salvo contadas excepciones que lo intentaron, pero asumiendo riesgos demasiado altos. Una Semana Santa que ha puesto a prueba de auténtica fe a todos los cristianos y cofrades. Una Semana de Pasión que ha permitido, eso sí, que la lluvia colme de bondades y bendiciones los campos y los pantanos, que falta hacía y sigue haciendo con extrema urgencia. Agua que ha llegado y, nunca mejor dicho, como un auténtico milagro. Que ha sido a costa del sacrifico, sí; pero queda justificado el ofrecimiento porque también es penitencia. Penitencia de todos los cofrades que han visto frustradas sus expectativas en cuanto a las salidas procesionales se refiere.

Una cruz desde luego para todos y todas los que han trabajado duro durante el año, los que han estado implicados con y en sus cofradías y hermandades. Recogimiento y silencio para nazarenos y penitentes, dura carga para los costaleros y para quienes hasta el último minuto han puesto todo su empeño, alma, fe y corazón para que en el día grande pudieran lucirse sus sagradas imágenes y titulares en sus pasos de misterio y de Palio en sus estaciones de penitencia por las calles de Jerez.

Realmente es muy penoso, sobre todo para los más jóvenes por la ilusión cofrade, por la fe y por la costumbre o tradición. Fastidioso y muy negativo para la industria que se genera pues sufre una importante merma, más aún para las familias que dependen de esta semana en gran parte para su economía como son los carritos de chucherías… O muy triste también para los cofrades más mayores, los más veteranos o muy ancianos que saben que el tiempo les vigila de otra manera que a los jóvenes… Pero nada que no tenga sentido visto desde el verdadero motivo como es la fe cristiana y lo que ello supone.

Todo este deslucimiento queda como entrega y ofrecimiento si nos atenemos al mensaje de Jesús, que sufrió la Pasión, que murió en la cruz y que hoy resucita: “no busquéis entre los muertos al que está vivo”. Desde el punto de vista de la fe y el compromiso Cristiano debemos valorar y asistir a todos los demás actos menos vistosos e igual de importantes o más si cabe como entrar en contacto con el Señor, asistir a los oficios, la Vigilia Pascual y la misa de Resurrección…

En definitiva, es el momento idóneo para ofrecer esta Semana Santa pasada por agua como la mejor de las estaciones de penitencia, como la mejor carrera oficial de fe y sacrificio. Sin lucimiento pero de fondo con una gran lección de ‘humildad y paciencia’; sin la sensación del olor a incienso en la calle delante de un imponente y soberbio respiradero, o escuchando esas emocionantes y vibrantes saetas por seguiriyas que se rezan en Jerez o esas marchas procesionales tan esperadas interpretadas por las magníficas bandas de música, agrupaciones musicales o de cornetas y tambores que nos hacen las delicias de un espectáculo lleno de arte cofradiero sin igual. Una Semana Santa que ha puesto de manifiesto la estrecha distancia entre la fe y las cofradías, perfectamente compatibles e inseparables y vaya usté condió.

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