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La investidura ha dejado momentos para la historia, como el retrato del PSOE de la mano de Bildu; y también muchas frases que reflexionar tranquilos. ¿No les ha llamado la atención que tanto Pablo Iglesias como Aitor Esteban, coreados enseguida por los medios, hayan reñido a los partidos constitucionalistas por defender al rey? "Es un flaco favor al rey" nos han explicado con la voz paciente de los pedagogos beatíficos. El argumento es calcado de los que dicen que tampoco es bueno ser de derechas porque alimenta sobremanera a la izquierda ni amar a España porque así se excita al nacionalismo.

El común denominador de estos razonamientos es que nos iría mucho mejor de no existir. Nada nos conviene más. Y, desde un punto de vista cartesiano, está clarísimo: para no existir lo más seguro es no pensar de un determinado modo. Interesa, ya que pensar así resulta tan contraproducente, resignarse a la extinción o, como mínimo, camuflarse de buenos centristas y domesticados ciudadanos de segunda.

Esto choca con el instinto de conservación que los conservadores deberíamos (nomen, omen) tener más desarrollado que nadie; pero, además, por lo que llevamos vivido de nuestra democracia, ha resultado una pésima estrategia. Hay más republicanos que antes, a pesar del perfil bajo, rayano en revolucionario, de los monárquicos hispánicos. El viraje social a la izquierda ha sido vigoroso por mucho que las derechas hayan posado de centristas hasta el contorsionismo. Y el nacionalismo no se ha frenado por más que se escondiese el patriotismo español debajo de las alfombras.

Es momento de cambiar de táctica o de no comprársela al líder de la extrema izquierda, Pablo Iglesias, y al portavoz del nacionalismo extremo, Aitor Esteban, grandes interesados, sin duda, en el bien de la Monarquía, de España y de la Derecha. Que nos aconsejan que no defendamos al rey…, a renglón seguido de haberlo atacado a base de bien.

Lo peor sería asumir una lógica averiada. Si les preocupa que la derecha se apropie de la bandera nacional, que la ondeen ellos de vez en cuando, y ya será de todos, como es y debería. Voy a terminar, pues, con el sonoro "¡Viva el rey!" que me pide el cuerpo, deseando que hagan lo mismo todos aquellos a los que preocupa tanto que alguien tan carca como yo se apropie de la institución. Así se resolvería el asunto mejor y, de paso, nos dejarían existir a los que pensamos otra cosa.

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