Tribuna libre

Juan Luis Vázquez Román

Hermano Mayor Hermandad del Consuelo

Yo soy de las Hermanas de la Cruz

Cuanto más voy conociendo el camino de las Hermanas de la Cruz, más me enorgullezco de pertenecer a una Cofradía que tiene por titulares a Santa Ángela y a Santa María de la Purísima de la Cruz, auténticos ejemplos de vida cristiana, de vida de Fe. Las Hermanas de la Cruz no eligieron un camino fácil… portan su cruz y sirven a Dios con la mejor de sus sonrisas, por sí solas, son islas de cariño y felicidad, y en comunidad, son vastos terrenos de ternura, de hospitalidad y de amor…

Interesándonos por la vida de las hermanas, descubrimos lo difícil que es llegar a ser “Hermana de la Cruz”; transcurren al menos diez años desde que ingresan como postulantes hasta que hacen el voto perpetuo al que sólo llegan las elegidas.

He tenido la fortuna de poder conocerlas más de cerca. Su forma de trabajar, su organización para todo, su capacidad de gestión y sobre todo, su entrega sin medida a los demás de forma tan natural, sin alharacas, con toda la humildad, no buscando más reconocimiento que el de sentirse agarradas a la Cruz. Huyen de cualquier foco, fieles a la máxima de Santa Ángela de la Cruz “No ser, no querer ser”, es curioso, ¡con lo poco que le gustaba ser el centro de atención! ella no quería ser, pero Dios le tenía reservado otro fin, el de la Santidad.    

En estos tiempos que nos está tocando vivir, las Hermanas de la Cruz no han parado de pedir por todos nosotros. En pleno confinamiento subían cada día a la azotea del Convento a las ocho de la tarde para ser nuestro faro de oraciones.

Contribuyen de forma incansable al sostenimiento de muchas familias, así que toda ayuda que les llegue es siempre bien recibida. Han tenido que afrontar las medidas necesarias para proteger a las ancianas de la residencia que ellas dirigen. Así las hermanas que las atienden no salen a la calle, y las que lo hacen asisten a los necesitados en sus hogares, por supuesto sin más EPI’S que sus hábitos de lana estameña y mascarillas, además de pedir limosnas a fin de poder afrontar cuantas necesidades atienden. Me comentaba en una ocasión Monseñor Mazuelos, que era tal la devoción en su pueblo por Santa Ángela y el respeto que se sentía por las Hermanas de la Cruz, que cada vez que las veían por la calle paraban lo que estuviesen haciendo y se ponían en fila para besarles la Cruz de la corona que portan al cinto, a semejanza de ellas, también la portamos los hermanos del Consuelo sobre nuestro hábito nazareno.

Siempre las veréis de dos en dos yendo por el camino más corto al lugar donde se dirijan. Regocíjate cuando las veas, pues estás viendo auténticos ángeles en la tierra y no temas en mostrarles tus respetos, pocas veces podrás contemplar tan de cerca la santidad.

¡Las tenemos tan cerca de nosotros y a veces reparamos tan poco en ellas!, cada día doy gracias a Dios por haberme/habernos hecho visibles a las Hermanas de la Cruz. Muchísimas gracias hermanas, gracias de corazón, pues no hay ni una sola vez que se crucen las puertas del convento, que no salga uno lleno de esperanza, de amor y de Fe en Dios y en nuestros semejantes, pues ellas hacen que te reconcilies con el género humano. ¡Que no falten nunca vocaciones que sigan llenando los conventos de ángeles!

Le pedía Santa Ángela a la Virgen: “Virgencita mía, dame el don de la caridad, pues reservas tus más delicadas caricias a las personas caritativas”. No se puede ser Hermana de la Cruz sin haber recibido el don de la caridad, que las delicadas caricias de nuestra Santísima madre las cuiden siempre ¡Yo soy de las Hermanas de la Cruz!

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