La ciudad y los días

carlos / colón

La historia de un don nadie

AYER hizo un siglo que Inglaterra entró en la Gran Guerra. De los relatos desgarradores escritos por los británicos que vivieron aquel horror no conozco ninguno tan devastador como la historia de Septimus Warren Smith, un personaje secundario de La señora Dalloway que Virginia Woolf publicó en 1925. Fundiendo su obsesión por el suicidio, que desgraciadamente consumó en 1941, con los relatos oídos de primera mano a sus amigos combatientes -entre ellos a Robert Graves, que dejó un espeluznante testimonio de su experiencia en las trincheras en Adiós a todo eso- Woolf traza el retrato de un joven ex combatiente progresivamente devorado por la neurosis de guerra, sin que su desdichada y solitaria esposa extranjera -con la que se había casado en Italia durante la guerra- pueda hacer nada por ayudarle.

Woolf no evoca ni una sola escena de guerra. Le basta el retrato de la desolación de este joven: "De unos treinta años, pálida la cara, nariz ganchuda, calzado con zapatos marrones y ataviado con un deslucido abrigo, tenía ojos castaños animados por ese brillo de aprensión que provoca aprensiones a los seres más desconocidos. El mundo había levantado el látigo. ¿Dónde descendería?". Septimus y su mujer están sentados en un parque. Él le ha dicho "me mataré" y ella sufre, mirando a la multitud despreocupada deseando pedir socorro. Pero no lo hay.

"Indicaba cobardía -escribe Woolf- el que un hombre dijera que quería matarse, pero Septimus había luchado; era valiente… Fue uno de los primeros en presentarse voluntario. Fue a Francia para salvar a una Inglaterra que estaba casi íntegramente formada por las obras de Shakespeare…". Pero, qué podía hacer el desdichado, si veía a Evans asomarse tras un árbol del hermoso parque londinense... Y Evans era un compañero muerto en el frente. "¡Por el amor de Dios, no vengas!, gritó Septimus, porque no podía mirar a los muertos. Pero las ramas se apartaron. Un hombre vestido de gris caminaba realmente hacia ellos. ¡Era Evans! Pero no había en su cuerpo barro, ni heridas...".

Poco después Septimus Warren Smith se tira por una ventana ante la horrorizada desolación de su joven esposa extranjera. La guerra que había terminado en 1918 lo mató en 1923. No conozco mejor descripción del horror de la Primera Guerra Mundial. Cuando es grande, la ficción es la cristalización más perfecta de la verdad.

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