La esquina
José Aguilar
Yolanda no se va, se queda
El horror viste de mal agüero y habita entre nosotros, aunque así no queramos entenderlo. Pero, a diferencia del horror vacui de Aristóteles, Galileo o Torricelli, este no es un miedo al vacío achacable a la naturaleza, sino un miedo existencial generado por las acciones u omisiones que llevan a cabo algunos hombres y mujeres, algunas personas, contra sus semejantes. Decía Stefan Zweig: "Los hombres tendrían que reconocer que la guerra en sí misma, es ya una injusticia, pues de costumbre no alcanza a los que la atizan y dirigen, sino que, casi siempre, todo su peso viene a caer sobre los inocentes, sobre el pobre pueblo."
No sé a los lectores, pero, a quien escribe esta columna, que vino a nacer en 1956 y ha vivido ajeno a estas atrocidades que hoy vemos en directo y casi sin espanto ya, cada día, en las pantallas de los medios audiovisuales, mientras hacemos nuestra vida regular en nuestras viviendas o fuera de ellas, me tiene destrozado el alma y también las entendederas: sufriendo como no me había ocurrido nunca por el padecimiento ajeno. Observar día a día la muerte de la otredad de esta forma en que está aconteciendo en los linderos de Europa, me está llevando a replantearme muchas cosas. No entiendo esta aversión tan profunda contra alguien o algo, en este caso, contra Ucrania. No entiendo a Putin por más vueltas que le doy al asunto. No entiendo esta salvajada, esta monstruosidad, este manantial de llanto, de dolor arracimado, de visceralidad, de locura, de hambre, de orfandad, de imposible olvido, de huida azarosa hacia el Oeste buscando al menos poder dormir en paz, de deslocalización continua, de indigencia sobrevenida, de… No me entra en la sesera.
Y algunos podrán tacharme de iluso o de ingenuo, no importa. Soy consciente de que en la vida la candidez a lado alguno puede llevar, excepto a escribir un libro hermoso sobre el optimismo como hizo Voltaire y que firmó como Monsieur le docteur Ralph, no sabemos por qué razones.
También sé que hay muchos conflictos armados en el mundo y que los medios olvidaron por su enquistamiento, es decir, por su larga duración, o simplemente no informan de ellos porque no caben en la parrilla de noticias que producen rentabilidad, o sea, no hacen caja. Así de mísero es el mundo en que vivimos. Todo es negocio para algunos. La guerra también. Deconstruir para construir. Gastar armamento para que las fábricas sean rentables de nuevo. ¡Qué horror todo esto!
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